La implantación violenta del fanatismo cristiano
Por Iñaki Urdanibia
De la historia criminal del cristianismo se ha escrito en abundancia: baste como ejemplo los diez detallados e imprescindibles volúmenes de Karlheinz Deschner; de ellos los dos primeros hablan de los tiempos de la implantación de dicha rama religiosa que marcó la historia europea y, por supuesto, del mundo mundial.
Ahora y centrado en la destrucción del mundo antiguo por parte del fanatismo religiosos encarnado en los seguidores de Cristo se ha publicado un libro que la verdad es que no tiene desperdicio: « La edad de la penumbra. Cómo el cristianismo destruyó el mundo clásico» ( Taurus, 2018). Su autora es la historiadora y periodista británica Catherine Nixey. La obra que ha recibido el Premio RSL Jerwood, y está llamado, seguro, a provocar polvareda, aunque algunos – los poseedores de la verdad revelada- lo criticarán , ya creo que lo han hecho con furia, aun sin haberlo leído, alegando que la destrucción de imágenes, y personas, de las que habla la autora son pura invención; así no basta la descripción clamorosa con la que se inicia la obra de la horda cristiana entrando en Palmira ( año 385 de nuestra era)y acabando con todos los monumentos templos, estatuas, y con cualquier vestigio del pasado romano y sus valores, poniendo fin, o tratando de hacerlo, de cualquier idea que no se plegase a la única fe verdadera. Además de la narración rigurosa, por el recurso a diferentes fuentes e documentación y archivos, de nada valen…tampoco las imágenes de los monumentos destruidos. Santo Tomás ver y creer y entonces no había máquinas de fotos( aunque hubiera habido se argumentaría que habían sido trucadas por los enemigos, paganos ellos), ergo las ruinas y esculturas decapitadas son fruto del paso del tiempo y no del ataque brutal de los creyentes.
La autora que deja constancia de sus orígenes realmente religiosos militantes, tanto por parte de madre como de madres, ambos dos entregados al servicio de Dios, pensó organizar el libro como una obra de viajes, con el fin de ir recorriendo los distintos lugares significativos y sintomáticos en los hechos de aquellos siglos en los que el cristianismo era perseguido, con sus momentos más brutales bajo el mandato de Nerón, hasta que se instaló en el poder del imperio romano; en la medida en que avanzaba el libro fue derivando hasta adoptar otra estructura que es con la que es presentado. El trabajo es difícil y complejo teniendo en cuenta que todas las historias del cristianismo han sido realizadas prácticamente por manos, y mentes, cristianas, a lo que s e ha de sumar el tiempo abarcado: los siglos IV y V de nuestra era común en especial, sin evitar ramificaciones hacia atrás y hacia adelante..
Indudablemente lo narrado recuerda a tiempos actuales cuando en Afganistán los piadosos estudiantes de teología, talibanes ellos, destruyeron los majestuosos budas, o los más recientes ataques del ISIS, tratando de borra las huellas de cualquier dios impostor. A la historiadora británica no le duelen prendas a la hora de detallar la oleada de furia, aterrorizando a los habitantes del lugar, que provocaban los adalides de la Iglesia católica, todos vestidos de negro en un brutal asalto. Si Agustín de Tagaste decía que había que caminar con dos pies – el de la fe y el de la filosofía- poniendo especial énfasis en uno de ellos que era superior al otro, el cristianismo en general, más allá de las lindas palabras, rechazaba la segunda, los intentos de conocer ( pura soberbia que todavía los actuales obispos rechazan como uno de los mayores malos de la humanidad: ahí están los sermones en forma de encíclicas de Juan Pablo II o de Benedicto XVI) ya que eso no suponía más que la barbarie y la perdición; conste que el propio obispo de Hipona abandonó en la práctica los bellos discursos para la galería, llamando a acabar con los paganos . Y aún admitiendo , la autora, que la doctrina cristiana tenía en sus orígenes valores plausibles, no hacía ascos a aprovecharse de la ignorancia y el fanatismo para llevar adelante su cruzada para imponer el dios verdadero, más que nada por beneficiar a los que en él no creían no vaya a ser que luego se condenaran los pobres…pura caridad cristiana.
Los cristianos jugaban con el aire de las leyes a su favor, lo cual les daba pie al dejarles las manos libres de cara a llevar adelante su empresa purificadora. La destrucción , como puede verse a lo largo de la lectura, no se limitaba a los signos arquitectónicos sino que alcanzaba por igual a las personas paganas y supersticiosas. Desde el ámbito del pensamiento el cristianismo era considerado como un cúmulo de historias sin fundamento, cuentos para niños, a las que no merecía la pena enfrentarse ya que caerían por su propia estupidez. Las ideas materialistas, deudoras en cierta medida de Demócrito , y más tarde ampliadas por Lucrecio, eran minoría al menos los que las expresaban de manera abierta no brillaban por su cantidad, lo que dejaba si se quiere la pista más libre para el avance de la banda cristiana: así Celso que no se cortaba un pelo, a finales del siglo II de la era común, a la hora de criticar con dureza las supercherías de los cristianos y sus misteriosos misterios.
Con la decisión de Constantino de oficializar el cristianismo como religión oficial del Imperio, se abría la veda y los ataques, las palizas, la destrucción y la muerte pasaron a ser moneda al uso, moneda valorada como un bien en el camino de la Verdad ( con mayúsculas). Sucedía como en tiempos actuales que cuando alguien destaca por ser un torturador o un asesino bajo el paraguas del estado de turno, en vez de ser juzgado y condenado es ascendido en la jerarquía por el trabajo bien hecho; así quienes destacaban en trocear a los no creyentes eran aplaudidos y elevados en el ranking de la santidad.
Catherine Nixey no se inventa nada sino que recurre a fuentes de la época en las que algunos cronistas narraban la brutal violencia a la que estaban siendo sometidos por los agitados barbudos; ante tal violencia y constante amenaza no cabía otra que tratar de pasar inadvertido o convertirse, esto último para evitar represalias además, en algunos casos, de poder gozar de los beneficios de la nueva organización religiosa. Obviamente había conversiones numerosas, muchas de ellas provocadas por motivos profundos y respetables. Faltaría más.
La autora recorre con detalle diferentes geografías y los destrozos en ellas cometidas: así desde la ya nombrada Palmira, podemos conocer las profanaciones realizadas en Atenas, no pocas piezas del Partenón reposan hoy en día en museos londinenses, o en algunos templos egipcios, amén de otros templos en Alejandría o en Siria. Los ejemplos se amplían en el rastreo de la autora por amplias zonas europeas y limítrofes.
Si decía que la embestida redentora de los cristianos no se había reducido a echar por tierra los símbolos paganos, sino que tuvo también como objetivo a los habitantes de las zonas de las que se iba adueñando, que o se convertían o sabían a qué atenerse; estas operaciones de limpieza afectó, como no podía ser de otro modo a los representantes de la cultura y el sabre griegos y romanos. En concreto, en el campo de la filosofía Damascio, a la sazón líder de tal terreno, hubo de abandonar su ciudad ateniense con sus fieles, con todos los papeles que pudieron salvar, caminando hacia Oriente ( en el siglo VI), marcando el fin de la Academia fundada por el autor de El banquete; la persecución a que fueron sometidos los filósofos hizo que dicha dedicación fuese hasta los bordes de la desaparición, y como culminación de la aniquiladora empresa: el saqueo destructivo de la proverbial biblioteca de Alejandría; todo era peligrosos y dañino en los textos clásicos desde Homero a Platón pasando por Heródoto o Galeno…todo el saber antiguo a la basura, y una puesta del reloj a cero, que marcaba una nueva era de dominio de las doctrinas de Cristo y sus crecientes retoques dogmáticos. Pero suerte corrieron otros, en este caso como ejemplo paradigmático, la matemática Hipatia de Alejandría que fue asesinada al ser considerada un ser diabólico, ya que los doctos cristianos no entendían nada de lo símbolos que la sabia utilizaba lo que les llevaba a condenarlos como propios de encantamientos satánicos…Ya decía el poeta sevillano: e desprecia lo que se desconoce.
La empresa de demolición estudiada por la autora le lleva a afirmar que los materiales perdidos nunca serán recuperados, y la pérdida de obras, escritos y sabres de distinta índoles crearon una vacío con respecto al saber de aquellos fructíferos años de la grandeza griega y romana: textos filosóficos , científicos, etc, que se hurtaron a la humanidad , sin olvidar que muchos de aquellos textos fueron sometidos al puro y duro palimpsesto, pues encima de lo ya escrito se escribía las doctrinas eclesiásticas, ya que más importante era el cielo que la tierra, más lugar se debía conceder al más allá que al más acá, a Dios que a los humanos. A esto se ha de añadir las asfixiantes normas que fueron imponiendo los nuevos dueños en lo que hace a las costumbres alimentarias, sexuales, vestimentarias y otras, dejando fuera de juego cualquier veleidad hedonista.
Decía el otro – y aunque no lo hubiese dicho, basta con mirar la historia- una idea cuando es adoptada por las masas se convierte en una fuerza material de primer orden. Esto es lo que sucedió con la penetración de las ideas del cristianismo y la entrega que provocaba entre sus fieles, algunos de los cuales vivían absolutamente culpabilizados debido a la posesión de algunos escritos paganos en sus casas, lo que les llevaba a decidir entre vivir en pecado, y en clandestinidad para evitar el ser cazados en tan fatal renuncio, o deshacerse de esos peligros materiales paganos, ergo pecaminosos. Las ideas fuertes e inflexibles, traducidas en dogmas, generan fanatismo y obediencia ciega y en este terreno la competencia por ser más papista que el papa cobra carta de naturaleza, y la vocación de convertirse en mártires por la causa se constituye en ideal vida y de muerte, como así sucedía en aquellos años de implantación del cristianismo.
La obra documentada donde las haya ( baste decir que las páginas de notas , bibliografía e índice onomástico, tiene un valor añadido, que no es baladí, y es que la narración resulta agradable de leer, sin caer en ningún momento en la jerga especializada; ello no implica que la historiadora caiga en forma alguna de simplificación, sino que recurre a fuentes, a palabras de los propios protagonistas de los políticos, intelectuales, historiadores de la época y de tiempos posteriores, lo que hace que la obra avance en unos despliegues laterales que suponen explicaciones de cómo era sentido aquel cambio por quienes lo temían y por quienes lo defendían también. Las fotos que acompañan el volumen complementan el discurso que se presenta.
Un libro desmitificador que desmonta todas las historias escritas ad hoc por la Iglesia y sus secuaces con el fin de embellecer la supuesta labor civilizadora de la Iglesia y sus fieles monjes, que conservaron en sus monasterios todo el saber de los antiguos…cuando de hecho como la obra muestra prácticamente el noventa por ciento de los textos de la época clásica fueron destruidos o retocados.