
Abel Mejía, un emboscado
«Bajo la historia, la memoria y el olvido. Bajo la memoria y el olvido, la vida. Mas escribir la vida es otra historia. Inconclusión» Paul Ricoeur
Vayan por delante algunas precisiones: por una parte, una relacionada con el título que he elegido. He dudado ya que el adjetivo utilizado puede conducir a equívoco, llevando a pensar en la figura usada por Ernst Jünger, o al sentido, propio de los maquis y similares, que retirados al bosque se preparaban para atacar por sorpresa al enemigo o marchaban al bosque con el fin de alejarse y desmarcarse de los valores de la sociedad en la que vivían. En la presenta ocasión como veremos, y se ve desde que se abre el libro que recomiendo, el muchacho que huye al monte, entra y se oculta entre el ramaje, más en concreto en una cueva, escapando del horror que ha vivido como testigo, con once años de edad, que unos uniformados de azul y negro sembraron en su hogar. Franco, la muerte, cantaba Léo Ferré. Abel Mejía Romero no se fue por voluntad de aislarse de la sociedad, como lo hiciera, por ejemplo, el bueno de Henry David Thoreau, mas lo que sí acabó es viviendo, muchas veces en los bordes de la mera supervivencia, en vecindad con la enfermedad y la muerte, en soledad, con la compañía de la fauna y la flora del bosque y aguantando los caprichos de los fenómenos atmosféricos. Al fin y a la postre, quedó reducido a la condición de isolato, figura tan cara a Melville, mas no con la intención de buscar el aislamiento o el exilio que le desmarcase de la sociedad, sino forzado por las circunstancias, por el temor a que sobre él recayera la violencia de quienes habían acabado con la vida de su familia, en aquella cocina del horror, del espanto; condenado a vivir como un Robinson, de carne y hueso, y no como el personaje de ficción de Daniel Defoe.
Quisiera aclarar igualmente, que en la presente ocasión no se cumple ni en la contraportada, ni en la hoja promocional que acompaña al libro, el habitual olor a incienso que que usan habitualmente las editoriales, y aunque aparentemente éste asome, comparto, de principio a fin, y no me corto en decirlo ya que son la verdad pura amén, las opiniones que del libro hacen diferentes críticos y la recomendación de la Asociación de Libreros y la Red de Bibliotecas de CLM. ¡Y vamos allá!
Rafael Cabanillas Saldaña entrega en su «Quercus. En la raya del infinito», editado por la editorial toledana Cuarto Centenario, y que ya va por la segunda edición (¿o es la tercera?), un libro potente donde los haya, conmovedor en varios sentidos: por el escenario que sirve de desencadenante y de telón de fondo de las andanzas del protagonista, nombrado en el título de esta recesión, a causa de la brutalidad de la guerra y de los años de llamada paz, la de los cementerios, que siguieron.
Ya desde el inicio, otoñal, nos vemos envueltos por una prosa empapada de lirismo, y ligada, hasta la misma fusión, con la naturaleza y sus ciclos, prosa que contagia los sentimientos experimentados por el protagonista y las vicisitudes que ha de soportar; tal cuidado de la escritura no decaerá a lo largo de las trescientas cincuenta páginas, que añadiré que casa con la edición cuidada hasta el mimo por los editores, en lo que respecta al papel, a la enmaquetación, a la portada y contraportada en la que el relieve en la primera es digno de aplauso, más si en cuenta se tiene que la editorial no es de las consideradas de campanillas, sino que es una pequeña y humilde empresa. Como decía, el otoño sirve para situar al protagonista, Abel Mejía Romero, hijo de Abel Mejía Cornejo, el Jaro, comunista y militando en el sindicato agrario, el Sindicato Autónomo de Campesinos, y de Antolina Romero.
El compromiso de , le llevó a participar en la contienda, dejando a la familia. El reparto de la tierra en el camino de implantar una reforma agraria digna, y algunas acciones de lucha, un salvaje incendio provocado incluido, van a convertir la zona en objeto de la más salvaje de las represiones, además de que el enclave tenía valor importante de cara a unir el sur con el norte en la contienda. Quiso la suerte que detenido y conducido a la plaza de toros en que se organizaba, con un público enfervorizado, el siniestro paseíllo que llevaba al paseo definitivo, vía ametrallamiento o lidia como si de reses se tratase, banderillas incluidas; contra aquello que dijese una académico con tonos chusqueros de que todos fueron unos hijos de puta, todos sí, mas hay algunos que más que otros, más si en cuenta se tiene el régimen legítimo contra el que se alzaron y los años de gloriosa paz nacionalcatólica que impusieron los cruzados, sea dicho al pasar …digo que le acompañó la suerte a Abel Mejía padre, ya que le dieron por muerto, y cuando le llevaban apilado junto a los cadáveres, pudo escapar saltando del camión, sin una oreja que le fue arrancada de un tiro ¡Malditos esbirros con su mierda de tauromaquia!. La derrota le lleva a, volver a su casa; varias veces fue ésta molestada por las batidas de quienes buscaban venganza, pero que al tiempo querían mantener en vida a la mujer y los hijos del buscado, a modo de cebo para atraer al desaparecido. El caso es que volvió y que se encerró en el pozo que tenía la casa, como un topo, pero el tabaco que le había servido en las trincheras, fue el que le delató en una de las visitas de los buscadores de venganza, que no eran de los que la sirviesen fría, sino bestialmente caliente, los visitantes olieron la picadura, y captaron de dónde venía; la violencia, la crueldad y la muerte se adueñó de la casa, la madre muerta de un tiro, la hermana, Candela, violada y asesinada, Abel, el hijo de once años, atado y golpeado, y el padre descubierto, optó por morir combatiendo, alcanzando a alguno de los asaltantes y llegando a liberar a su hijo al que invitó a escapar, pasándole el testigo, recortes de periódicos extranjeros que narraban la magnitud de las tropelías cometidas por el fascio redentor, y algunas notas personales en que daba testimonio de lo sucedido.
El muchacho escapa de aquella cocina del horror, y va hacia el norte, a la montaña, y allá en medio del hambre, el frío y la soledad temerosa, halla una cueva en la que se instala, en aquella zona de siete valles, con sus correspondiente arroyos, y se convierte en un superviviente que acaba mimetizado con las criaturas del bosque y convirtiéndose en un avezado trampero que caza para comer, siempre con sumo cuidado de no ser descubierto, lo que hace que se resista a usar el fuego que podría delatarlo. Seguimos los pasos del joven que recurre a ir marcando el paso del tiempo con el trazado de rayas en las paredes de la cueva al tiempo que se guía por la luna, y que se acerca de noche como un fantasma a la silenciosa aldea, dormida a esas horas, para explorarla. La relación mimética que establece el muchacho con la naturaleza es presentada con una amplia enumeración de plantas y animales que son su única compañía; sus paseos van acompañados de los bautizos con que va nombrando los diferentes lugares, creando así un personal mapa mental…a los sonidos de los pájaros de costumbre vienen un día a sumarse unos sonidos extraños que es el producido por cuatro carboneros y una muchacha que avanzan hacia el lugar de su labor con sus monturas y un perro; Abel les vigila, en algunos momentos subido a un árbol como un varón rampante redivivo, y por las conversaciones escuchadas se entera de que la guerra ha terminado hace cuatro años ya, lo que le hace caer en la cuenta de que lleva más de cuatro años sin ver a humanos y que así pues tiene veinte años, por las palabras oídas se da cuenta de que de la guerra y lo que le rodea no se puede hablar si uno quiere vivir sin problemas, al igual que oye hablar del señorito del lugar don Casto; «se consumía a sí mismo, en un reconcome de la mente, sus miedos, su memoria y su porvenir, sus negros pensamientos con todas sus desdichas», y devenido «un exiliado de la especie humana», por los bordes de la misantropía, debatiéndose entre el olvido y los recuerdos, le resulta imposible convertirse en amnésico tras lo vivido, mas tampoco se puede vivir cayendo en la actitud mnemonista, ya que el exceso de recuerdos y memoria impide seguir viviendo al quedarse anclado en el pasado, resultando el exceso de memoria un gusano que va introduciéndose y envenenando el interior propio, impidiendo la existencia presente.
Quiso el azar, que cuando ya se acercaba su aspecto y expresión a las propias del enfant de Avignon, salvando las debidas distancias, y pensaba en dejarse atrapar por la muerte, tras las nieves pasadas, siempre pensando y soñando en volver a ver a la muchacha, oyera unos gritos y hubo de socorrer precisamente a la chica que estaba en el agua a punto de ahogarse; tras hacerla revivir, duda entre llevarla al pueblo lo que le haría descubrirse, o llevarla a la cueva. Allá disfrutarán ambos, como fuera del tiempo, del gozo de sus cuerpos y se contarán sus respectivas vidas. Lucía, así se llamaba la chica que era conocida como la Loca, le cuenta sus encierros en casas de descanso y los tratamientos expeditivos sufridos, etc., etc., etc. La locura de la muchacha resulta de una lucidez deslumbrante cuando planea cómo han de hacer las cosas: él ha de cambiar de identidad y de nombre, Ezequiel, y habrá de decir que por una caída había olvidado todo acerca de sus pasado, la aceptación del plan por parte de Abel, no supone que obedezca en todo a la chica, ya que en vez de quemar los papeles legados por su progenitor como ella le proponía, los esconde en la cueva …Siguiendo tal plan se presentaron en el pueblo, Valdelaguna, atravesado por el río Guadamajud, siendo recibidos por los paisanos con aplausos y vítores, y acogido por el padre de la chica, Gabriel, que estaba pensando que había perdido a la hija, igual que años antes perdiese a su mujer; hasta el punto llegaba la alegría, que el alcalde, falangista de pro, organizase una fiesta de acogida en que cada cual tendría su patata y su ración de vino…Quedaba no obstante el trámite de ir a Navapuerca para hablar con el Jefe Comarcal del Movimiento para que las cosas quedasen en orden, ante el ayuntamiento Abel ve un escudo, el que había visto en la camisa del alcalde, y unas palabras pintadas que no sabe interpretar: FALANGE ESPAÑOLA TRADICIONALISTA y de las JONS. El jefe, Diógenes Acero, no respondía su nombre desde luego a ninguno de los diógenes célebres, ni el de Sínope, ni a Laercio, manco a causa de una granada que le estalló en la guerra… El retrato del falangista, sus modales de ex-combatiente, su vocabulario insultante, de macho victorioso, y sus gestos despectivos y agresivos, incluido el amenazante apretujón de huevos que le pegó al pobre Abel, presentado como Ezequiel Mejía Expósito, apretón que luego le produjeron fuertes dolores y preocupaciones, dan el tono de las ideas dominantes, al igual que sus edictos sobre la educación, etc. resultan francamente logrados, para cualquiera que haya conocido los tiempos cercanos al final de la guerra, o a personajes de tal jaez.
En fin, ya tenemos a Abel entrando en sociedad, conociendo cosas hasta entonces desconocidas tanto de la historia de la brutal represión tras la victoria del bando franquista, como visitando las fábricas, de hielo y de luz, la taberna, diferentes negocios y chanchullos, e irá adentrándose en los entresijos del tejido social y sus personajes clave, y viendo, y padeciendo, las abismales diferencias existentes entre los varillas del lugar, incluido el celoso y exigente párroco Liberio, poseedores de los recursos económicos y políticos y los consiguientes privilegios, y del otro lado, los trabajadores sometidos al miedo de las amenazas constantes, al hambre,etc., y el bueno de Ezequiel, impotente debiendo tragar carros y carretas ante las arbitrariedades y groserías ambientes…mas no seguiré destripando las historias, que bastante lo he hecho ya, y que el que quiera saber más, que se compre la novela y la lea, seguro que me dará la razón al comprobar que las páginas del libro dan mucho que pensar sobre la memoria, el olvido, la dignidad, la venganza, el amor, el odio, las ansias de poder, el hambre y la supervivencia, basándose en unas historias reales como la vida misma que le conducirán a sublevarse en más de una ocasión.
Y mientras tanto a la espera quedamos, ya se anuncian un par de libros más, Enjambre y Valhondo, que completarán el mundo que el autor ilumina en Quercus; en setiembre se editará en primero de ellos, Enjambre…