Alberto Bayo Giroud, General Internacionalista

 

Dedicatoria y algunos fragmentos del hermoso libro escrito por el General Alberto Bayo “Mi aporte a la Revolución Cubana” al que el Che define como “los recuerdos de un Gladiador que no se resigna a ser viejo, quijote moderno que sólo teme de la muerte el que no le deje ver su patria liberada”, son líneas llenas de desprendimiento y amor que obsequiamos a todo aquel que como los expedicionarios del Granma hacen suya la causa justa de vivir y luchar por el Socialismo.

DEDICATORIA

 

En la historia de América, tan preñada de hechos gloriosos, no hay un capítulo más abnegado y valiente, como la expedición heroica que al mando del más puro de los dirigentes americanos el Dr. Fidel Castro iniciaron la liberación de Cuba del oprobio y la tiranía.

 

El 2 de diciembre de 1956, tras de empeñar su sagra­da palabra, Fidel Castro, y sus 80 compañeros, desembar­caron en las playas de Oriente para abrir una intensa etapa en 1a vida contemporánea, sin precedente la Revo­lución más enérgica, sana y popular que jamás haya visto ningún país en este Hemisferio.

 

Muchos cayeron para entrar directamente en el ám­bito de la Gloria. Y como Martí dijera: «La Patria no es pedestal, sino ara», aquellos heroicos expedicionarios del «Granma», sirvieron a su encarnecida patria, como un ara maternal y sublime.

 

Gran parte de los caídos fueron mis alumnos en la en enseñanza militar de las guerrillas y sentí como en carne propia su inmolación. Estaba totalmente vinculado a ellos. Es en recuerdo de su generosidad, patriotismo limpio y espíritu de sacrificio que dedico íntegramente los beneficios de de este libro, para llevar a sus deudos una aportación más romántica que efectiva  del que fue su maestro, compañero y hoy rendido admirador.

 

Cada ejemplar va numerado y lleva la firma del sus­crito y constituye un relato fiel y sincero del capítulo más elevado de mi vida, dedicada a combatir las tiranías, don­de aquellas se encuentren.

 

Como cubano me siento orgulloso de haber nacido en una tierra de hombres, mujeres, ancianos y niños tan valientes. Como ciudadano del mundo, seguiré combatiendo las sangrientas  tiranías de Trujillo, Franco, Somoza, Stroesner y Duvalier.

 

Para aquellos que ofrendaron su vida en la lucha esforzada de uno contra cientos, mi perenne recuerdo, por su gesta gloriosa y elevada: la salvación de la Patria.

 

Y para los deudos del «Granma» mi corazón y mi mano siempre extendida como uno más que aunque no tuve el honor de ser expedicionario, lo fui en todos los aspectos espirituales, combativos e intelectuales.

 

EL AUTOR.

MI PRIMERA CHARLA CON FIDEL

 

Fidel Castro, sentado frente a mí, me gritaba gesticulando con violencia, como si me echara una gran bronca:

 

“¡Usted es cubano, usted tiene la ineludible obligación de ayudarnos!»

 

Aquel joven, de veintinueve años, frente a mis canas, bien blancas, vencidas por los años, parecía mi padre, y yo su hijo ante la riña que allí mismo en mi propia casa me estaba disparando.

 

Se trataba de lo siguiente: Fidel Castro Ruz, cubano, abogado, fogoso, idealista y visionario de su patria, -Cuba- quería convencerme a mí de que me uniera en su día a una expedición armada contra El tirano de la bella isla, el Sargento Batista, autonombrado general. Yo, exilado político, que deambulé por muchos rincones del mundo, al perder mi patria, por el levantamiento del dictador Franco, tenía en verdad mucho odio a las dictaduras.

 

Reflejaban aún mis pupilas, los dolores vistos en Es­paña, los montones sin fin de muertos que sirvieron de mo­numental y faraónica escalera para que trepara por ella hasta alcanzar la dominación del gobierno español, el ma­yor canalla que parió madre, el dictador enano con per­petuo confesor y coleccionista de bendiciones papales que para poder lanzar al hondísimo pozo de la ruina a España ha tenido que asesinar a un millón doscientas mil almas, cifra que espanta por su horripilante crueldad y que sien­do rigurosamente cierta, parece cuento de monstruos y de pesadillas dantescas.

 

Mi odio a Franco lo tocó Fidel Castro como secreto resorte para que saltara, para que accediera a su petición.

 

¿Pero qué es lo que al fin y al cabo quería Fidel Castro?

 

Fidel, aquel joven que ante mí tenía gesticulando, pedía una cosa que en medio de todo no tenía mayor importancia.

 

Me decía que él pensaba derrocar a Batista en un futuro desembarco que pretendía efectuar con hombres «cuando los tuviera» y con barcos «cuando tuviera el dinero, para comprarlos», pues en aquel momento en que hablábamos él no tenía ni un hombre ni un dólar. ¿No tenía gracia la cosa? ¿No parecía juego de niños?

 

Él me preguntaba «si yo me comprometía a enseñar táctica de guerrillas a sus futuros soldados cuando los hubiera reclutado y cuando recolectara el dinero para alimentarlos, vestirlos, equiparlos y comprar barcos para trasladarlos a Cuba». ¡Vamos, -pensé yo- aquel joven pretendía levantar una montaña con una mano!

 

¿Qué me costaba complacerle?

 

-Sí, Fidel, prometo instruir a esos muchachos en el momento que sea preciso.

 

-Bien, gracias en nombre de Cuba, aunque a un cubano no hay que darle las gracias por morir por su patria.

 

Me parecía un poco fuera de tono, problemática, esa conversación.

 

Fidel Castro añadió:

 

-Bien, yo marcho a los Estados Unidos a recoger hombres y dinero, y cuando los tenga dentro de unos siete u ocho meses, a fines de este año, volveré a verle y planea­remos lo que hemos de hacer para nuestro entrenamiento militar.

 

Nos estrechamos la mano y se despidió de mí, con la promesa de mi parte de entrenarle su gente cuando la tuviera, cuando recogiera el dinero para alimentarlos vestirlos y alojarlos y cuando fuera posible comprar el barco para traerlos a Cuba.

 

CONSIDERACIONES SOBRE SU CHARLA

 

Aquello me pareció a mí un imposible. Miles de conversaciones similares había yo tenido con quiméricos idealistas que soñaban con guerrillas contra Franco, Somoza, Trujillo, Pérez Jiménez, Perón, Carias, Odria, Batista, Stroesner, Rojas Pinillas, y tantos más que han segregado pus a los países que los han soportado, pero todas esas conversaciones se diluían en el aire una vez dichas, como las volutas de humo de un cigarrillo, se diluyen en el espacio cuando se escapan de la prisión de la boca que les dan vida.

 

Eso fue allá por el mes de julio del año 1955. ¿Quién podía pensar que aquellos planes de ensueño de libertad podían tener realidad? ¿Quién podía adivinar que aquel muchachote extraordinario meses después tocara de nuevo la puerta de mi casa y me explicara que ya tenía asegurada la comida para ochenta hombres, su vestuario, su equipo, su permanencia en México durante los meses del entrenamiento y que tenía la seguridad de que podría contar con el dinero para los barcos?

 

Pues, aunque parezca mentira, así sucedió. Fidel Castro llamó a las puertas de mi hogar para recordarme mi promesa, hecha meses antes de que si venía con sus elementos, yo le ayudaría.

 

Conviene aclarar aquí el por qué de la visita de Fidel a mi hogar pidiéndome diera yo instrucción militar de la guerra de guerrillas a su gente.

 

Luché contra los moros en África durante once años sufriendo de ellos la guerra de guerrillas. Quedé enamorando de su eficiente método de lucha. En la Academia Militar de Toledo había estudiado ese modo de hacer la gue­rra como una asignatura más de la carrera.

 

Allí había aprendido que los españoles expulsaron a los moros de la Península después de una guerra guerrillera.

 

Allí también aprendí que los españoles, durante sus dos guerras carlistas, emplearon, como método de pelea, la guerra de guerrillas. Que cuando Napoleón Bonaparte invadió y dominó España, en el 1808, el pueblo español ex­pulsó de su suelo a los franceses utilizando el sistema guerrillero.

 

Que Cuba ganó su libertad con el mismo método, así como qué todas las colonias españolas en América habían ganado su independencia utilizando esa manera de combatir.

 

En África, cien veces nuestras unidades regulares pre­tendían, haciéndoles cercos a nuestros enemigos, coparlos. Cuando éstos se cerraban y nosotros nos veíamos las caras con nuestras propias tropas que se acercaban a nosotros y nos tocábamos, veíamos siempre con sorpresa que el enemigo se había diluido.

 

Eso, repetido una y mil veces me hizo comprender que, cuando cuenta con el apoyo del campesino del lugar, el hombre de la guerrilla es invencible.

 

Apoyado en esa idea por mí vivida, cuando la Guerra Civil Española asoló mí Patria, yo escribí un folleto, cuya tirada se recogió por el Gobierno a instancias del Estado Mayor Central, en el que decía que debíamos cambiar nuestro sistema de guerra regular por el de guerra irregular.

 

Todo el campesinado español estaba de nuestra parte. Nuestro Gobierno, torpemente no supo escuchar mis indicaciones, antes bien, me impuso un arresto de ocho días en mi casa.

 

Cuando cumplí el arresto que me aplicó el entonces Ministro de la Guerra, Indalecio Prieto, del que yo era su ayudante, volví como el famoso profesor de Salamanca a iniciar mi campaña con el decíamos ayer.

 

Volví a editar el folleto recogido, y su segunda edi­ción fue repartida y oídas mis sugerencias, pues precisa­mente por aquellos días el enemigo por su exceso de ma­terial nos pudo infligir una gran paliza.

 

MI PRIMERA GUERRILLA

 

Me autorizó el Gobierno a formar una guerrilla de prueba de cien hombres y cuando pudo constatar sus éxitos se me autorizó, en un oficio que aún conservo en mi archivo, a formar las unidades que quisiera y a sacar cuantos elementos creyera pertinente de los batallones regulares.

 

Desgraciadamente la guerra estaba finalizando ya, y no pudimos hacer patente y decisiva, la acción de las guerrillas.

 

Al llegar a México, di varias conferencias haciendo propaganda entre los españoles sobre mi tesis de que podíamos derrotar a Franco con guerra de guerrillas, pero mis indicaciones caían en el más completo escepticismo, pues, decían los cobardes inteligentes con tono doctoral: ¿cómo es posible que un puñado de idealistas puedan derrocar a un ejército repleto de cañones, material ligero de campaña, aviación militar y comunicaciones?

 

En vano, era el que yo les dijera que Sandino luchó contra el ejército norteamericano, mucho más fuerte que el español, durante siete años en Nicaragua; y que México ganó su independencia con guerrilleros, después de once años de lucha; que todas las colonias españolas en América obtuvieron su libertad de la Metrópoli por la guerra de guerrillas. Pero el español ya castrado por el dolor, el dólar y el prolongado y cómodo exilio, no me hacía caso.

 

Pero los nicaragüenses me utilizaron en el año 1948 y me fui a Costa Rica, abandonando mi trabajo en Guadalajara, en la Escuela Militar de Aviación, donde era profesor de Matemáticas, de Navegación Aérea y de Aerodinámica y donde ganaba un buen sueldo, pero mi tesis no pudo llevarse a cabo, pues la O.E.A. esa sentina política creada por la reacción americana para la defensa de los dictadores, nos disolvió, enviándonos a cada uno de nosotros los que habíamos ido allí a luchar contra Somoza, a nuestros puntos de origen.

 

Falló por lo tanto en el 1948, la tesis defendida por mí, mejor dicho no pudo ponerse en práctica, como tampoco pudimos ponerla en práctica el año 1949 en el que la O.E.A. defendió a Trujillo contra nuestra conspiración, ya que tan solo pudo ser atacado en Luperón.

 

Pero por todo ese historial y por mis libros» Tempestad en el Caribe» y «Mi desembarco en Mallorca» que Fidel me confesó había leído, nuestro gran héroe, estrella hoy día de América y faro de los hombres libres del Mundo, fue a buscarme en México a mi casa de Avenida Country Club No. 67, acompañado del común amigo Saviur Cancio Peña que fue el que nos presentó, honor que me tiene lleno de orgullo, al ver que el mejor guerrillero del orbe, creyó en mí, me buscó, escuchó y utilizó.

 

Cuando Fidel fue a mi casa a solicitar mi colaboración yo era profesor de la Universidad Latino Americana, de francés y de inglés, profesor de la Escuela de Mecánicos Militares de Aviación, donde tenía una hora de clase en días alternos, y poseía una fábrica de muebles en la colonia Portales en la calle de Canarias No. 73. Mi tiempo estaba muy sobrecargado de obligaciones y preocupaciones y el saber que tenía además que atender a ese entrenamiento militar de aquellos idealistas con los que yo vibraba al unísono, me preocupó hondamente.

 

-Bueno, Fidel, le contesté. Dedicaré a tus muchachos tres horas diarias cuando acabe mis trabajos.

 

-No, General Bayo, no es eso. Queremos de usted el día entero. Es preciso que se desentienda de todos sus quehaceres; de todos absolutamente, y se dedique de lleno a nuestro entrenamiento. ¿Para qué quiere usted su fábrica de muebles si dentro de muy poco ha de venir usted con nosotros y hemos de vernos victoriosos en Cuba? ¿No va más a abatir indefectiblemente al Dictador Batista? ¿A qué pues dar clases aquí, a qué pues dedicarse en ésta a hacer prosaicos muebles si dentro de muy poco, hemos de vernos en la isla dorada donde usted nació y donde yo nací, libres del Monstruo que la oprime?

 

¡Todo su tiempo para nosotros; todo su tiempo, pues además ha de salir usted fuera de México!

 

Me hablaba en tono autoritario, de dominio, de afirmación que no admitía réplica ni objeción.

 

Tiene Fidel, como todo el mundo sabe, una simpatía peculiar, unida a su elocuencia, a su prestancia física, a su educación y cultura, que hacía irrebatibles sus órdenes. Mandaba. Dominaba. Me sugestionó, me atrajo, me subyugó.

 

Quedé borracho de entusiasmo cuando me contagió su seguridad de que íbamos a abatir al Monstruo, que íbamos a liberar a la Isla ensangrentada y mártir, que íbamos a prestar un gran servicio a la Humanidad.

 

No pensé que al abandonar todo dejaba a mi casa sin recursos y que mi esposa, como mujer, menos crédula que yo, iba a poner el grito en la estratosfera.

 

Me emborraché con su entusiasmo. Me comunicó su optimismo y allí mismo prometí a Fidel abandonar mis clases y vender mi negocio. Mi suerte quedó en aquel momento sellada.

 

Dentro de unos cortos meses me vería feliz y contento campeando por los montes cubanos compartiendo con mis discípulos la gloria de abatir al Tirano que los humillaba, que los encarcelaba, que los asesinaba, envilecía y martirizaba.

 

SE VAN EN EL “GRANMA”

 

Después de eso, en la mayor aparente quietud, un buen día, sin darme cuenta de nada, el 25 de noviembre, dos meses después de presentarme a la policía, sale de Tuxpan, Vera cruz, el yate «Granma», conduciendo a mis alumnos y a unos pocos más que no lo eran y que se agregaron a última hora, a la gloria o a la muerte.

 

Cuando la docena de patriotas que nos quedamos en México nos enteramos de aquella marcha y nuestra quedada; la rabia, la indignación, la desesperación, el odio, y la venganza, la cólera, la furia y sus hermanas y her­manastras nombraron a todos los miembros de todas las familias de los que iban en el «Granma».

 

Yo no quiero decir lo que allí se dijo entonces, pues no deseo ser causa de que se lleven a cabo quince juicios sumarísimos.

 

Todos ardían en su furor por no haberles permitido ir a luchar contra el dictador de su Patria.

 

El deseo truncado de defender a la Cuba esclavizada, llenaba de odio las bocas de los que se quedaron.

 

Yo era el que menos hablaba, pues quedé exánime, fulminado por un rayo por la noticia. Jamás pensé un momento que me fueran a dejar en tierra después de mis 24 días de ayuno y de mis 63 eternos días perseguido por la policía mejicana.

 

Estaba grogy, como un boxeador castigado por un torrente de puñetazos.

 

Oía y oía las lamentaciones de todos mis compañeros pero no prestaba atención a sus palabras, ya que estaba rumiando mi propio drama.

 

Me veía aislado en México, como un capitán Araña, ridículo ante mis amigos españoles y mejicanos que dirían que allí me habían abandonado sin embarcarme, por varias causas, las que caerían susurrantes, de oído en oído, siempre con intención malévola y algunas venenosas.

 

Me veía en la miseria, sin clases y sin fábrica, pues el comprador no pagaba, y lo que era peor, estaba en la cárcel, metido en ella por madederos que le proporcionaban madera a los que había engañado. No podía recuperar la fábrica, pues él a su vez la había vendido.

 

Me veía viviendo a costillas del trabajo de mi esposa, lo que constituía una vergüenza y una indignación.

 

Salí del grupo de los protestantes y me dirigí a pie a casa; vivía muy lejos, pero quise ir andando para llegar destrozado a mi hogar para poder dormir aquella noche.

 

Iba andando solo hacia mi casa a la que no quería llegar pronto como el escolar que teme el regaño de sus padres, y en mi andar de hipnotizado, de sonámbulo, pensaba . . . pensaba. . .

 

Pensaba con envidia que mis alumnos, a los que quería como a mis propios hijos, iban navegando hacia la aventura.

 

¡Hacia la aventura! Imán de mi vida, obsesión de mi loca cabeza de visionario. Pensaba que, apretados en el barco, iban con sus corazones hermanados, queriéndose, fraternizando todos como hijos de un mismo ideal.

 

¡Y marcharán cantando! ¡Y navegarán cada uno con una estrella en la frente, camino de la ilusión y de la Esperanza!

 

Y los ojos se me humedecían, y mi corazón sudaba dolor, y las penas se agolpaban en la garganta, y eran tantas, que no cabían, y me quitaban el habla, y algunas se salían en forma de lágrimas por los ojos.

 

Tomé un taxi y me fui en él a mi hogar; no quería que me vieran llorando en la calle.

 

Abrí la puerta de mi domicilio y sin decir nada a mi esposa me dirigí al cuarto dormitorio, sin cenar, y me eché vestido en la cama.

 

–          ¿Qué te pasa, Alberto? me dijo mi mujer.

Como contestación, oyó mi silencio.

–          ¿Qué tienes ¡A ti te ocurre algo!, ¡dímelo!

¡Se fueron los muchachos cubanos, y me dejaron aquí!

–     ¿Qué dices?

Que se fueron mis alumnos en un barco a Cuba y me dejaron, aquí. Se fueron camino de la gloria y no me hicieron un huequito en la embarcación.

–     ¡Camino de la Gloria o Camino de la Muerte!

¡Qué más da! Camino de la pelea contra el oprobio, contra la desvergüenza, contra la dictadura, y a mí me encadenaron los pies a la tierra.

–          ¡Pues yo me alegro de que no te hayas ido!

–          ¡No tienes edad para esos trotes! ¡Con sesenta y cinco años no se puede ir a esas aventuras!

¡Me desecharon por viejo, pero no por cobarde!

 

Gruesas lágrimas rodaron por mis mejillas y mi esposa me acompañó con sus ojos en mi pena, pero su cara y su sonrisa pregonaban que se alegraba.

 

Me agarré con desesperación la cabeza y proteste: «¡ya estoy viejo!”

 

¡Ya no me quieren por viejo!

 

¿Y qué será de nosotros ahora, sin clases y sin fábrica?

 

-No te apures por eso, yo trabajaré más horas.

 

Mi esposa me acariciaba, llorosa, la cabeza. Yo tumbado en la cama era azotado despiadadamente por mis pensamientos, con intensidad, la luna con su disco de plata, por sobre mi ventana se burlaba de mi honda pena, mi mujer seguía asomando gotas de dolor tras los limpios y sagrados cristales de sus ojos; yo me derretía en mis angustias y mientras tanto el «Granma» con su carga sagrada de héroes, iba navegando retozona, alegre y cantarina, sobre los lomos de las blancas olas, con rumbo a la Gloria.

 

FIN

 

COMPONENTES DE LA HEROICA EXPEDICIÓN DEL «GRANMA»

 

Salió del puerto de Tuxpan, Ver., México, el 25 de noviembre de 1956, a la 1:00 a. m. Llegó a Belic, Niquero, Oriente, Cuba, el 2 de diciembre de 1956 a las 6: 00 a. m.

 

 

MURIERON POR LA PATRIA

  1. CÁNDIDO GONZÁLEZ.
  2. JUAN MANUEL MÁRQUEZ.
  3. ANTONIO LÓPEZ FERNÁNDEZ.
  4. MIGUEL SAAVEDRA.
  5. CIRO REDONDO.
  6. ANDRÉS LUJAN VAZQUEZ.
  7. SANTIAGO HILTZER (JIMMY).
  8. ARMANDO MESTRE MARTINEZ.
  9. RENÉ BADIA.

10.  DAVID ROYO.

11.  0SCAR RODRÍGUEZ.

12.  FÉLIX ELMUSA.

13.  JOSÉ SMITH COMAS.

14.  LUIS ARCOS BERGNES.

15.  RENÉ REINE.

16.  RUMBERTO LAMOTHE.

17.  RAÚL SUAREZ.

18.  JULIO DIAZ.

19.  ARMANDO HUAU.

20.  PEDRO SOTO.

21.  EDUARDO REYES.

22.  ISRAEL CABRERA.

23.  MIGUEL CABAÑAS PEROJO.

24.  JOSÉ RAMÓN MARTINEZ.

25.  NOELIO CAPOTE.

26.  HORACIO RODRÍGUEZ

27.  CAMILO CIENFUEGOS.

 

Fusilado por traidor

 

  1. José Morán

 

 

 

PRESTANDO SERVICIOS ACTUALMENTE

LA REVOLUCIÓN

29.  Fidel Castro Ruz.

30.  Raúl Castro Ruz.

31.  Ernesto Guevara.

32.  Faustino Pérez Hernández.

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34.  Juan Almeida Bosque.

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44.  Enrique Cuelez Camps.

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47.  Francisco Chicola.

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49.  Jesús Gómez Calzadilla.

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58.  Rolando Santana Reyes.

59.  Rolando Moya.

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61.  Carlos Bermúdez.

62.  Evaristo Montes de Oca.

63.  Rafael Chao.

64.  René Rodríguez.

65.  Mario Fuentes Alfonso.

66.  José Fuentes Alfonso.

67.  Francisco González.

68.  Fernando Sánchez Amaya.

69.  Antonio Darío López.

70.  Luis N. Crespo.

71.  Mario Hidalgo.

72.  Pablo Hurtado.

73.  Esteban Sotolongo.

74.  Gilberto García.

75.  Jesús Reyes.

76.  Norberto Abilio Collado.

77.  Manuel Hechavarría.

78.  Armando Rodríguez Moya.

79.  Alfonso Guillén Zelaya.

80.  Ginó Doné.

81.  Nolberto Godoy.

82.  Arnaldo Pérez.

 

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