Annie Ernaux y su madre

« Esto no es una biografía, ni una novela, naturalmente, quizá algo entre la literatura, la sociología, la historia. Mi madre, nacida en un medio dominado, del que quiso salir, tenía que convertirse en historia, para que yo me sintiera menos sola y falsa en el mundo dominante de las palabras y las ideas al que, según su deseo, me he pasado»

« Escribir la vida. No mi vida, ni su vida, ni incluso una vida. La vida, con sus contenidos que son los mismos para todos pero que se experimentan del manera individual: el cuerpo. La educación, la pertenencia y la condición sexuales, la trayectoria social, la existencia de los otros, la enfermedad, el duelo. No he buscado escribirme, a hacer de mi vida obra: me he servido de ella, de los acontecimientos, generalmente ordinarios, que la han atravesado, situaciones y sentimientos que he conocido, como si de una materia apta para ser explorada para aprehender y poner al día alguna cosa del orden de una verdad sensible»

En una entrevista que le realizase Frédéric-Yves Jeannet, Ernaux relacionaba su escritura con el cuchillo , lo que hacía que precisamente del libro en que se recogían tales conversaciones adoptasen como título L´écriture comme un couteau ( Stock, 2003). Un cuchillo que le sirve para hurgar en lo interior y en lo exterior, en lo íntimo y en lo social en el mismo movimiento, fuera de la ficción .

En la elogiable labor que está realizando Cabaret Voltaire para poner en manos de los lectores las obras de Annie Ernaux, ahora, tras Los años, La mujer helada, “ No he salido de mi noche” y Memoria de chica, le ha tocado el turno a « Una mujer», texto en el que se da un acercamiento de la hija a la madre fallecida , el 7 de abril de 1986. La hija como si de una terapia se tratara o como si intentará que el rastro de su madre no desapareciese, comenzó de inmediato , como para llenar el vacío, la escritura del texto, escribiendo sobre ella al tiempo que sintiendo que todavía estaba allá; libro al que se dedicó en sucesivos tanteos durante diez meses, que ahora tenemos en las manos, con una cuidada traducción de Lydia Vázquez Jiménez, la obra ( son claras las palabras con las que concluye el libro : « Ya no volveré a oír su voz. Es ella con sus palabras, sus manos sus gestos, su manera de reír y caminar, la que unía a la mujer que soy con la niña que fui. Perdí el último nexo con el mundo del que salí»), como digo, habla de su madre, habla de ella, la hija, y de las relaciones entre ambas, mas el arco se abre a la generalización de otras mujeres ( el indefinido artículo del título es signo de tal apertura), con condiciones de existencia similares en lo que hace a la zona campesina en que se desarrolla su existencia, a la clase social y hasta a las concepciones morales de la época, muy en especial en lo referente al comportamiento debido de las hijas…se habla de las desigualdades en lo que hace a las condiciones, al acceso a la cultura, etc. No resulta desenfocado así que se haya hablado de su quehacer como auto-socio-biografía o como etnología de sí misma, denominaciones a las que la misma escritora da pie no solamente en su escritura sino en los comentarios que sobre ella hace: …eso sí, siempre con una escritura llana que trata de subvertir las visiones dominantes que suponen jerarquías sociales en lo que hace al lenguaje, con tonos grand seigneur, y que no retratan ciertos aspectos oscuros, no tratados, de la realidad; funcionando por medio de círculos concéntricos que van del yo familiar a horizontes más amplios , sociales; « esta forma de escribir, que me parece ir en el sentido de la verdad, me ayuda a salir de la soledad y la oscuridad del recuerdo individual, por el descubrimiento de un significado más general».

Hablaba Hélène Cixoux de la escritura de Ernaux como escritura que no miente, y está claro que en esta ocasión, como en otras, la hija no se guarda nada con respecto a su madre, no embellece la figura de la desaparecida sino que la retrata tal cual en su contradictoriedad ( la cita inicial de Hegel tiene su porqué); subyace a este ir hasta el fondo la huella del Rousseau de Las confesiones . Ya desde un inicio, muy similar al presentado por Albert Camus en El extranjero , se deja constancia de que acaba de anunciársele el fallecimiento de su madre. Ya anteriormente había hablado de su padre en La plaza ( 1984), muerto de un infarto en 1967; en esta ocasión aun pretendiendo convertirse en objetivo notario – ciñéndose a un criterio de cierta neutralidad- de la trayectoria materna, surgen los sentimientos, los momentos de ternura, los afectos y también los momentos de rabia hacia quien trataba de imponer su visión de las cosas, lo que ha llevado a hablar de la posición de la escritora como una obra entre-dos ( en la presente ocasión : entre la madre real y la imaginada / entre la mala y la buena madre / entre lo objetivo y los subjetivo); puede considerarse que en cierto sentido es un homenaje a la madre muerta, si bien no se priva la escritora de decir que la escritura no es una forma de don . Si he mentado un par de presencias implícitas, la de Simone de Beauvoir es explícita, al indicar que la muerte de la pensadora fue ocho días después de la de su madre ( nunca ha ocultado Ernaux la influencia que sobre ella, y sobre las mujeres de la época, tuvo El segundo sexo. En el caso del libro que nos ocupa ciertos aires de familia pueden pensarse con respecto a Memorias de una joven formal, a pesar de las notables diferencias en lo que hace a los orígenes, de clase, de geografía, de…).

Se nos da a conocer los intentos de la madre de salir de su medio habitual, para lo que monta un negocio que además de ser un posible medio de ascenso, se convierte en un nudo de conversaciones de las clientas, de toma del pulso de la mentalidad de la gente, en los tiempos en que han cesado las bombas y obuses que es cuando de vuelta a Yvetot nace a la vida la futura escritora, dando allí sus primeros pasos, y las diferencias que va constatar entre lo que ve en la tienda y lo que palpa en el colegio ; también trata la madre de adquirir cierto nivel cultural, lo que le hace llegado el momento seguir, con interés, la pista de los estudios de su hija, como tratando de que tales ejerciesen cierta forma de contagio; el acceso a ciertos productos culturales de la época nombrados juegan un papel similar a Las cosas de George Perec o, hasta si se me apura, a las mitologías barhesianas como signos de unos tiempos, con sus marcas, sus publicaciones, etc. . Estas diferencias de formación y de modos de vida, a a provocar cierta forma de resentimiento, que hace que la diferencia de clase se haga palpable en el propio seno familiar; como si en ciertos momentos su hija fuese un enemigo de clase. Conocemos igualmente las concepciones maternas con respecto al modo de comportarse de una señorita, que ha de buscar marido y dejarse de mariposeos que pueden provocar confusiones a la hora de ser vista por los demás, como una cualquiera ( sus temores ante el posible embarazo, el sexo, el fracaso social ); a pesar de los pesares, « ella era la ley», escribe la hija. Los sentimientos de rechazo hacia el marcaje de su madre, se combinan con los indisimulados afectos que aumentan en la medida en que la madre va dejando de ser sí misma a causa de la enfermedad, cuando su antigua lucidez fue deviniendo oscuridad ; estando todavía en casa de su hija escribe no he salido de mi noche le dice a Paulette ( palabras que servirán de título a otra de las entregas posteriores), tiempos en los que se hace cargo de su madre hasta que la ingresa en una residencia a la que acude regularmente a estar con ella, cavilando acerca de si todo el deterioro comenzó con un atropello que padeció su madre.

No me extenderé en más detalles de esta historia que forma parte de esta historia que forma parte de este espacio histórico y afectivo – entre historia, sociología y literatura- que constituye la materia de toda su obra como si de una sola se tratara y que va retocando, completando, va recreando, a modo de exploración palimpséstica …¡Así, Annie Ernaux!

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