El emperador Constantino, la unión de la corona y la mitra

Por Iñaki Urdanibia

Parece más ajustado a la realidad afirmar que los humanos quieren creer, que les cuenten cuentos, por inverosímiles que resulten, que aquella afirmación de Aristóteles de que los humanos por naturaleza quieren saber; la prueba contundente es la existencia y amplia presencia de las religiones a lo largo y ancho del mundo, y más en concreto la sólida implantación del cristianismo en sus diferentes variantes, con sus creencias, ritos e instituciones. Desde el punto de vista racional, y también empírico, la pregunta surge de inmediato: ¿Cómo es posible que tanta cantidad de gente crea semejantes historias, inverosímiles ellas donde las haya?

Mucho ha dado qué hablar y escribir el tema acerca de la figura de Cristo, de su existencia o no, de las historias sobre él narradas por supuestos discípulos suyos, de sus supuestos milagros, sin entrar en los misteriosos misterios del tres en uno, de la maternidad inmaculada, de su crucifixión y su milagrosa resurrección, y…la lista es larguísima, como sabe cualquiera que por obligación o por devoción, se haya acercado a la denominada historia sagrada. Decía el bueno de Gustavo Bueno, en sus tiempos lúcidos, que la cuestión religiosa debía interesar más a los ateos que a los creyentes, ya que estos últimos bastante tenían con creer; no sé, pero desde luego sí que resulta llamativo, aunque teniendo en cuenta su abarcante presencia no es descabellado pensar que, como algunos sostienen, que las creencias religiosas, y de otras leyendas míticas, son una constante en la propia esencia de los humanos, que o bien por el temor a la muerte, a la impotencia ante lo que les rodea, a la falta de conocimiento de algunos fenómenos sean arrastrados a creer, empujados por el lenguaje que no solamente es descriptivo sino fuente de expresión imaginativa e instrumento que lleva a embestir contra los límites de la experiencia, yendo en busca de explicaciones, más allá de ella, convertidos en sentimientos…de lo místico hablaba Wittgenstein, como aquello de lo que no se pueda hablar; aunque, retocando el sentido de la manida afirmación del filósofo, en su última afirmación del Tractatus, mucho se hablado, demasiado, y de temas tan peregrinos como el sexo de los ángeles,y otras monsergas en las que no me detendré.

Vienen provocadas estas líneas por la lectura de un potente y voluminoso libro de Fernando Conde Torrens (Irún, 1945), «Año 303. Inventan el cristianismo». La obra roza las novecientas páginas y su osadía es realmente ambiciosa donde las haya. El autor apuesta fuerte, y con ello no quiero dar a entender que su apuesta esté guiada por el azar, como en el juego, sino en la erudición y la aportación de datos, si bien también es verdad que va mas lejos, mucho, que diferentes autorizados historiadores de tales tiempos…así, y vaya de entrada, que el autor sostiene que «todo el Cristianismo nació como iniciativa de un solo individuo, que convenció a alguien con mucho poder y éste respaldó su invento. Todos los personajes que aparecen en la historia primera del Cristianismo son inventados, no existieron. No existió Jesucristo, ni concepción virginal, ni Nacimiento, ni Apóstoles, ni muerte en la cruz, ni resurrección, ni fundación de Iglesia alguna, ni mandato de “id y predicad”. Todo fue una idea luminosa concebida por una sola persona»; y todo ello arrancó -según sostiene- en el año que aparece en el título: 303.

Fue Lactancio quien tras una juventud en que adoró con fervor a los dioses romanos, y tras acercarse al conocimiento de los dioses egipcios, los dioses griegos y el dios único de los judíos, abandonó sus anteriores creencias con la idea de poner en pie una religión monoteísta, como instrumento para evitar la división y decadencia que suponía el politeísmo, sirviendo así a la solidez del imperio romano. Había que crear un Dios Único, Universal, que fuera el sostén del régimen imperial. Fueron muchos los viajes que hizo con el fin de tratar de convencer a diferentes dirigentes políticos, y también fueron muchos los rechazos a sus ideas, juzgadas como la imaginación de un loco. Al final su plan tuvo éxito, y según se defiende en el libro con detalle, éste vino de la mano de Constantino quien dio el placet al plan lactanciano antes de llegar emperador; a la sazón era tribuno de Diocleciano en las Galias. El plan era crear unos textos -los evangelios y otros- que contaran la vida del supuesto fundador de esa rama de creyentes, al que bautizaron con los nombres de Iesus (en griego, el que salva) y Cristo (en griego, el Ungido); crear un pasado inexistente, pero detallado en tiempos anteriores, y alejados, a los del presente para que no hubiese objeto de discrepancias y desacuerdos, creando un martirologio y una historia de persecuciones, elaborando a su vez unos responsables entre los emperadores, más en concreto señalando a aquellos que habían tenido un final violento; entre ellos, faltaría más, se incluían a aquellos que se habían negado a aceptar el plan del maniobrero Lactancio. Este se puso a trabajar en diferentes textos a la vez que contrató a algunos escribientes, entre historiadores y profesores de Retórica, con los que había tratado, con el fin de dar empaque a los escritos fundadores que serían firmados por Marcos, Lucas, Mateo, Juan, y también Pablo, Simón, etc.

El libro recoge las investigaciones llevadas a cabo por Fernando Conde a lo largo de una veintena de años, en los que con el fin de ir a las fuentes estudió con ahínco el latín el griego koiné y el hebreo bíblico para escapar de las versiones de segunda mano, apropiadas para retoques y manipulaciones. Sus conclusiones son demoledoras: todos los textos evangélicos, a pesar de las distintas firmas, fueron obra de la misma mano. Conde entrega unos apéndices, en lo que se presentan textos en griego y en latín, sometiéndolos a una análisis filológico y estructural, que dejan ver una serie de coincidencias y coletillas que desvelan la constancia de un mismo autor (en los acrósticos y también en los sinópticos…más tarde vendrían los apócrifos), destacando los guiños que se refieren a la autoría de Simón, con ciertos cambios en las letras griegas, omega y ómicron, que dan por pensar en la zancadilla que puso Eusebio para subrayar la falsedad, y los desacuerdos con las historias de Lactancio [con respecto al truco del almendruco que el autor señala bajo la denominación de Simón, el autor ya se había extendido en una obra anterior: Simón, opera magna. Las pruebas de una falsificación]. Es de resaltar algunas lecciones de retórica y de estructura de los textos para mostrar la autoría frente a posibles falsificaciones o manipulaciones que expone, no solamente en los apéndices finales, sino también en las lecciones que Eusebio da a su sobrino Eladio . El autor cuenta la historia, las historias, de la puesta en marcha de la nueve religión, de su historia ficticia, de sus protagonistas inventados, y va desarrollando la evolución de dicha religión en su consolidación como religión oficial del imperio, del mismo modo que narra las desviaciones y desacuerdos, que se dieron desde los inicios , entre partidarios de un cristianismo tolerante que juzgaba a Cristo como maestro del conocimiento y quienes defendían que Cristo era el Hijo de Dios…El propio Constantino se balanceó entre ambos polos en algunos momentos, compartiendo posturas con Arriano…Se puede ver más tarde la mano de Eusebio de Cesárea se vio, al exponer éste la primera de las posiciones nombrada, y más tarde tuvieron lugar el Sínodo de Arelate (Arlés), en 314, y once años después el de Nicea….dándose las descalificaciones entre los seguidores de Lactancio, denominados ortodoxos y también nicenos, que llamaron a sus adversarios arrianos y herejes. Luego tras la muerte de Constantino prevaleció aquello de que la unión hace la fuerza y se creó la unión de las diferentes ramas y la lucha contra los paganos, los falsos dioses y los rituales a ellos dedicados. Más tarde asomarían nuevos peinados para los viejos pelos, y la tarea de los retoques y el aggiornamento, de la mano de los llamados santos padres.

El periodo abarcado es amplio ya que cubre todo el siglo IV, y la mirada no solo se centra en el asunto de la falsificación señalada sino que sigue de cerca y con detalle las intrigas y enfrentamientos en el seno de las camarillas imperiales; a lo que se ha de añadir algunas anotaciones sobre los descendientes de Constantino hasta el fin del imperio romano, las manipulaciones de los textos anteriores en el Medievo y los siglos posteriores con el eje del destino y edición de los evangelios.

La obra se presenta en forma de novela, si bien basada en hechos reales según sostiene su autor, lo cual tiene indiscutibles ventajas de cara a la comprensión de los expuesto, pero también diré, a fuer de sincero, que se corre el peligro de conducir a la divagación y a cierta pérdida lectora, al poder irse por las ramas perdiendo el quid de la cuestión; y que conste que no me refiero que en el caso que nos ocupa pueda aplicarse aquello de que quien mucho abarca poco aprieta, ya que el autor aprieta mucho y por todos lados…ofreciendo datos e informaciones, contrastados y justificados en los amplios apéndices finales, abarcando lo filológico, lo estructural y las fuentes utilizadas dan fe del rigor y seriedad de la empresa.

Dicho esto, sí quisiera añadir que no seré yo quien niegue que el cristianismo es un montaje, que es una invención organizada con préstamos de otras creencias religiosas, que sus afirmaciones reposan en el vacío o en argumentos (?) sobrenaturales, que las historias narradas son inconsistentes cuando no incoherentes, que los evangelios fueron escritos, retocados y eliminados algunos, según conveniencia de la autoridad de la institución eclesiástica. de que Cristo es un ser cuya existencia no esté clara de ninguna de las maneras, pidiéndose dudar de su existencia empírica que no conceptual, y su supuesta genealogía es incierta y contradictoria según las fuentes; qué decir de su carácter divino, de su nacimiento de virgen inmaculado, de sus milagros, de su ascenso a los cielos tras su gloriosa resurrección…En fin, que es una obviedad afirmar que el cristianismo y sus diferentes marcas, es un cúmulo de mentiras, ajustes y reajustes ad hoc…y demás zarandajas, ahora bien, la descripción del autor resulta cuando menos sorprendente, con semejante detallismo…Esa especie de creación prácticamente ex nihilo, en el siglo IV, es de un truculento excesivo, pudiéndose afirmar que la tarea de demolición de Fernando Conde Torrens no solo es un ataque a las historias oficiales de la ortodoxia cristiana que se impusieron con la cruz convertida en espada y higuera, sino que también supone, de hecho, una negación de otras obras críticas y desmitificadoras con respecto al cristianismo [véanse algunas referencias bibliográficas al final del artículo] que mantienen fechas de escritura de los evangelios, anteriores a las señaladas por el autor, dan por hecho la conversión de Constantino a unas creencias religiosas y unas comunidades cristianas que ya estaban en marcha con anterioridad, siguiendo las enseñanzas de alguno de los pretendidos mesías, autoproclamados, que salían de debajo de las piedras en los años cercanos al inicio de la Era Común, y la muestra de tal anterioridad son los manuscritos y restos arqueológicos muy anteriores a los tiempos visitados por el autor, que ignora las menciones de Celso, Orígenes, Ireneo, Hipólito, Tertuliano, Cipriano, etc.; para Fernando Conde Torrens todo esto no sería más que una más de las numerosas falsificaciones urdidas, post partum, por el equipo de Lactancio y compañía, ya que según mantiene con reiteración la suya es una demostración irrefutable.

Indudablemente la historia es un campo de batalla, mas hasta en las propias batallas se han de guardar algunas reglas y mantener cierto rigor, y…pudor.

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Algunas referencias bibliográficas

Achayas, La conspiración de Cristo. La mayor ficción de la historia, Valdemar, 2005.

Michael Arnheim, ¿ Es verdadero el cristianismo?, Crítica, 1985.

Celso, Discurso verdadero contra los cristianos, Alianza, 1989.

Francine Cuidaut, El nacimiento del Cristianismo y el Gnosticismo. Propuestas, Akal, 1996.

Karlheinz Deschner, El credo falsificado, Txalaparta, 2005. / De este autor son libros de obligada consulta los 10 tomos de la Historia criminal del cristianismo, Martínez Roca, 1990.

Holbach, Historia crítica de Jesucristo, Laetoli, 2013.

Michael Martin, Alegato contra el cristianismo, Laetoli, 200.

Catherine Nixey, La edad de la penumbra. Cómo el cristianismo destruyó el mundo clásico, Taurus, 2018.

Piergiorgio Odifreddi, Por qué no podemos ser cristianos y menos aún  católicos, RBA, 2008.

Michel Onfray, Traité d´athéologie, Grasset , 2005. [Hay traducción  en                Anagrama]

Bertrand Russell, Por qué no soy cristiano, Edhasa, 1986.

Paul Veyne, Quand notre monde est devenu chrétien ( 312-394), Albin Michel, 2007.

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