Gustave Flaubert, la voluntad de estilo

Por Iñaki Urdanibia

«Soy un bárbaro, tengo apatía muscular, languideces nerviosas, los ojos verdes, y alta talla; también tengo impulso, terquedad, irascibilidad. Normando, como somos, tenemos mi poco de sidra en nuestras venas; es una bebida agria y fermentada y que en ocasiones hace saltar el tapón»

                                Carta a Louise Collet del 3 de julio de 1932
 

Decir el nombre de Flaubert (Rouen, 1821- 1880) es asociarlo de inmediato con Madame Bovary, Salammbô, La tentación de san Antonio, La educación sentimental y Bouvard y Pécuchet; es decir sus grandes novelas, lo que le ha valido ser considerado por algunos como inventor de la novela moderna, obviando sus cuentos, que en vida fueron publicados, tres años de su fallecimiento, los célebres Tres cuentos: La Leyenda de san Julián el Hospitalario, Un corazón simple y Herodías. Es claro, no obstante que ahí no se acaban sus creaciones ya que amén de su extensa correspondencia, en especial con Louise Collet y George Sand, que echa luz sobre sus ideas y andanzas, están sus materiales preparatorios para la novela en la que trabajaba cuando le sorprendió la parca, centrados en la estupidez e ideas recibidas…Más no queda ahí la cosa como puede comprobarse con la publicación por Páginas de Espuma, sus «Cuentos completos», en edición y traducción de Mauro Armiño, Premio Nacional de Traducción. El volumen en cartoné y con guía marcapáginas, reúne, además de los Tres relatos mencionados líneas arriba, una recopilación de diecisiete Cuentos y relatos póstumos, completando en su totalidad más de seiscientas páginas. No me resisto a indicar que el volumen se abre con un prólogo elaborado por Mauro Armiño que resulta francamente ubicador y brillante, para acercarse a la figura del escritor, a sus obras, a sus andanzas por los pagos de la penuria, y a sus relaciones amorosas y otras.

Flaubert mostraba verdaderos escrúpulos a la hora de sacra a la luz sus escritos, ya que los pulía una y otra vez hasta que quedasen presentables, según su exigente y exquisito gusto, lo que hizo que sus primeras publicaciones hubiesen de esperar a los treinta años cumplidos, postura que impuso-como señala Mauro Armiño- a Guy de Maupassant; de ahí que sus obras publicadas, no su escritura, no fueran numerosas, la punta emergente del iceberg, siete en total, qué decir si se le compara con la producción de Zola o Balzac; sus obras en las que alternaba su mirada a la realidad circundante con las incursiones en temas lejanos, exóticos, reconstruyendo personajes y civilizaciones desaparecidas; balanceo que puede constatarse en los Tres cuentos con que se inicia el volumen, en la que se centra en su presente, Un corazón simple, que relata las relaciones de Félicité y su ama; y mira a tiempos pasados en los otros dos, en los momentos en que recopila información para su narración de la Guerra de Cartago, y en los que rondan actos de violencia asesina, irrumpiendo el nacimiento de la hagiografía medieval en su San Julián. Se ha de sumar a esto último su vena crítica con respecto a la estupidez humana que atravesó, desde joven, su espíritu, alimentando una destacada finura para aprehender los casos de necedad, y denunciarlos, con rabia y con sorna; en una carta a Feydeau se lee: «…antes de palmarla deseo vaciar la hiel de la que estoy lleno. Preparo, pues, mi vómito. Será abundante y amargo…» . Una escritura anunciando el comienzo de la modernidad inscribiendo si obra abiertamente contra el siglo, convirtiendo la negatividad en principio, del vacío una forma, del silencio un grito. «Clamar contra» o el escritor en secesión abierta.

Volviendo a la obra que nos ocupa, esta es digna de aplauso si en cuenta se tiene que se da a conocer una faceta prácticamente ignorada del escritor normando, que hasta ahora permanecía inédita para los lectores en castellano, haciéndolo coincidir, en su publicación, con el doscientos aniversario del nacimiento del escritor, el pasado 12 de diciembre. El recorrido es de hondura en la medida en que se entra en las diferentes fases de la producción flaubertiana, desvelando el espíritu que guiaba su quehacer: «me parece que he existido siempre y poseo recuerdos que remontan a los faraones. Me veo en diferentes edades de la historia, de manera muy neta, desempeñando oficios diferentes y en fortunas diferentes…He sido batelero en el Nilo, traficante de esclavos en la Roma de las guerras púnicas, después retórico griego en el barrio de Suburra en donde era devorado por las pulgas. He muerto durante las Cruzadas, a causa de haber comido uvas en exceso en la costa de Siria, He sido pirata y monje, saltimbanqui y cochero. Quizá emperador de Oriente»; habiendo sido, o habiéndose imaginado de tantas maneras como las que señala en esta carta, de mayo de 1866, a George Sand, no es extraño que sus creaciones volasen en diferentes direcciones, tesituras y tiempos históricos. Trayectoria y balanceo que puede constatarse en los cuentos que se presentan, que abarcan desde temprana edad hasta la madurez, siempre inquieta y preñada de desasosiego, en este escritor-siglo, que transitó los diferentes estilos en presencia, de un humanismo flou a un romanticismo caricaturizado y enragé, influenciado en algunos momentos por las novelas góticas de terror, sin evitar las cuitas personales en las que se desenvuelve con absoluta sinceridad, como en su Noviembre, en donde presenta su inicio en el campo de la sexualidad; Pinard, el celoso fiscal que persiguió la publicación de Madame Bovary, habría hallado más motivos de escándalo en las insinuaciones homosexuales de un leproso en San Julián o las seducciones pedófilas y mortales en la joven Salomé en Herodias. Las preocupaciones existenciales y las dudas de índole religiosa y moral, entre el bien y el mal, y Cristo en disputa con Satán, sueños y perfumes capaces de captar falsarios, dando amplia cabida a los males que acucian a los hombres en un mundo dominado por el tedio y la penuria, sin olvidar las contingencias de la vida real (guenille)…ahí están La danza de los muertos o Borracho y muerto, alcanzando cotas de verdadera altura cuando la materia parece faltar a sus relatos; mostraba el escritor su intención de escribir alguna obra en que nada pasase, siempre intentando desbordar los límites del sentido común, guiado por la libido sciendi, pensando el pensamiento, siendo consciente, no obstante – según confesaba-, de que «es precisa una voluntad sobrehumana para escribir, y yo no soy más que un hombre».

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