Historia de la filosofía ¿una más?

Por Iñaki Urdanibia

Ciertamente hay un gran número de historias de la filosofía, al igual que hay un aluvión de obras dedicadas a tratar de explicar qué es tal saber, ampliando, por parte de algunos, su práctica a la totalidad de los seres pensantes, más allá del ámbito académico o especializado…decía Aristóteles en su Retórica que siempre hay que filosofar: si se filosofa porque se filosofa, y si no , para explicar porqué no se filosofa, el caso es que siempre se filosofa. No pasaré lista, mas sí subrayaré que por lo general la filosofía, y en consecuencia su historia, se suele circunscribir a Grecia y, por extensión, al llamado Occidente, como si tal quehacer no existiese fuera de tales límites. Los límites vienen dictados por el propio origen del término: filos y sofia, amor a la sabiduría, al igual por aquella afirmación de Alfred North Whitehead de que la historia de la filosofía era Platón con notas a pie de página. De esta manera, el abanico queda reducido al país heleno y a su huella en sus zonas limítrofes.

Ahora se publica una voluminosa obra, que ronda las ochocientas páginas, con el inequívoco título de «Historia de la filosofía» de A.C. Crayling, editado por Ariel. La particularidad de la obra que la distingue a la mayoría de las existentes, si se exceptúan algunas pocas (nombro algunas de ellas: Historia universal de la Filosofía de Hans Joachim Störig, Filosofías del mundo de Davis E. Cooper, la historia en once volúmenes de la Pléiade, dirigida por Brice Parain, cuyos tomos primero y undécimo están dedicados al pensamiento pre-filosófico y oriental, el primer tomo de la historia de Jesús Mosterín, o las incursiones de Juan Arnau por los pagos de la imaginación), es que dedica unas, amplias, páginas finales a filosofías de otros lares: india, china, árabe-persa y africana. Estas últimas por lo general no han sido tenidas en cuenta al ser consideradas más como caminos de salvación de evitación de los dolores de la existencia, aspectos que, por cierto, resultan coincidentes con la óptica de las escuelas, post-aristotélicas, del helenismo que ampliaban su mirada a pretender aprender a vivir con la idea en el horizonte: del hombre sabio; completaban así la definición de la filosofía a cuestiones de índole ético y/o de perfeccionamiento ético: del conócete a ti mismo al cuídate a ti mismo (del gnóthi seauton al epimeleía heautou) por la vía del logro de la ataraxia, la apatía, la afasia. Precisamente el escritor, filósofo y profesor dedico una obra a cuestiones relacionadas con la moralidad práctica: La elección de Hércules. El placer, el deber y la buena vida en el siglo XXI.

La historia que ahora se presenta se inicia con una estricta delimitación del objeto, desmarcando la filosofía de la religión (sobre el asunto escribió un contundente alegato: Contra todos los dioses) y exponiendo las distintas ramas que componen el árbol filosófico, ceñidas a asuntos terrenales. A partir de esa clarificadora introducción el autor va desgranando las diferentes épocas comenzando por la antigüedad (presentando a los presocráticos, a Sócrates, a Platón, a Aristóteles y a la escuelas griegas y romanas posteriores al Estagirita, para avanzar por la filosofía medieval y del Renacimiento, por la filosofía moderna, escudriñando en su nacimiento y deteniéndose en el siglo XIX, para pasar posteriormente a la filosofía del siglo XX, distinguiendo entre la filosofía analítica y la continental. Se ha de señalar de los pensadores presentados que sin lugar a dudas que son todos los que están, mas no están todos los que son, sí que hace que alguien pueda echar en falta algún filósofo de su predilección (servidor detecta ciertas limitaciones y escore en lo referente a al postestructuralismo francés); Crayling explica, no obstante, que ante la magnitud de la tarea era necesario optar por unos dejando a otros de lado, guiándole en tal selección el criterio de los que él juzga que son de mayor relevancia y que han tenido mayor influencia. De echar algo en falta, es la ausencia de la presencia femenina, cosa habitual en las historias y diccionarios de esta disciplina, a lo más asoman de manera tangencial, y las más de las veces en notas, Hiparquia, Simone Weil, Simone de Beauvoir, Hannah Arendt o Luce Irigaray…Otra de las carencias habituales, como ya he señalado, con respecto a pensamientos de otras latitudez es subsanada con creces. Así visitamos India con sus dárshanas, sus vedas (formas de conocimiento o visión) y son presentadas las 6 escuelas (Samkhya, Yoga, Nyana, Vaushcesika, Purva Vedante) y las tres heterodoxas (chárvaka, Budismo y jainismo). Luego le toca el turno a China, de la que se da cuenta de las diferentes épocas sui, Tang, Han, Song y conocemos a Confucio, Mencio, Tao, Xun Zi, Mozi, Han Fei, entre otros. De la filosofía árabe-persa, destacan Avicena, Al-Farabi, Averroes, y la influencia de El Corán, cuya influencia fue rebajada por Al-Ghazali. Finalmente, somos conducidos al denominado continente negro, en el que nacieron Agustín de Hipona(nacido en Tagaste) o algunos neoplatónicos, que son descartados para centrase en algunos aspectos relacionados con el folclore, las máximas de la tradición, extendiendo la mirada a diferentes zonas africanas, y subrayando el papel jugado por Jacob Heywat, al igual que se consigna la influencia del cristianismo…desde el punto de vista conceptual destaca la noción de Ubuntu, que puede ser traducida como concientismo, o como bondad, generosidad o amabilidad. Puestos a echar en falta sí que al menda que escribe le resulta sorprendente que ni se nombre al referirse a Oriente a la célbre escuela de Kioto, y su topología de la nada de la que hablasen estudiosos como James W.Heisig o Bernard Stevens, pero como queda dicho, todo no se puede y además es imposibles como señala el propio Crayling.

El volumen se cierra con unas breves lecciones de lógica que en su concisión resultan de indudable utilidad: desde las clasificaciones de Aristóteles según la universalidad o particularidad de los enunciados, y su carácter afirmativo o negativo (barbara, celarent, darati…) somos conducidos hasta la lógica simbólica de los Bertrand Russell y Alfred North Whitehead y a sus tablas de verdad, y su valores binarios, atendiendo también a las falacias lógicas y a la lógica informal…

No quisiera concluir este comentario sin señalar la claridad y concisión expositivas del autor que pone al alcance de cualquiera sin resultar necesario ningún grado de especialización.

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