Insólitas islas

Exposición en el Museo de Bellas Artes de Bilbao del desaparecido escultor Remigio Mendiburu.

Exposición de esculturas en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, treinta y un años después del fallecimiento de su autor. Se trata del escultor vasco Remigio Mendiburu. Había nacido en Hondarribia (Guipúzcoa), en 1931y muerto en esa misma localidad en 1990.

Antes de pasar a comentar obra alguna, situemos a Mendiburu en los años cincuenta, iniciando su oficio de escultor. Dos acontecimientos acaecen en la órbita del arte vasco. En 1957, le conceden el Premio de Escultura en la Bienal de Sao Paulo al artista guipuzcoano Jorge Oteiza (Orio, 1908-2003). Al año siguiente, es el artista guipuzcoano, Eduardo Chillida (San Sebastián, 1924-2002), quien consigue el Premio de la Bienal de Venecia. A partir de esos dos galardones empezó a forjarse entre los dos escultores una furibunda enemistad. Se acusaban entre ellos de ser copiado por el otro, entre otras maledicencias. La enconada fricción trajo consigo el nacimiento de dos bandos beligerantes. Quienes admiraban a uno de los dos, despreciaban implícitamente al otro. Ese tiempo de feliz chapoteo en aguas sucias se mantuvo durante varias décadas.

Mas todo ello no pudo ni debió suceder si la turba hubiera conocido el decir de Goethe, en sus conversaciones con Eckermann. Reprobaba Goethe a quienes querían enfrentarles a Schiller y a él, en vez de valerse de lo aportado por ambos al acervo cultural patrio. Nada. Aquí solo interesaba glorificar a las dos figuras del arte vasco, y si era con mucho ruido, tanto mejor.

Ajeno al ruido, Mendiburu puso la atención en el devenir del arte y los artistas. Percibió que así como el objetivo de la mayoría de los escultores era llegar a conseguir un estilo propio, el estilo de él debería consistir en no tener estilo. En tanto que aquellos hablaban de sus esculturas, el escultor de Hondarribia hablaba de la escultura. La idea de esa creencia permanece viva en la exposición de Bilbao, de suerte que las obras exhibidas parecen realizadas por diferentes autores. Ese es un acertado modo de verlo. Como en todo proceso artístico, cada obra se gesta mediante un inicio y un final, tras una larga serie de inicios y rechazos, de audacias y de miedos. Por lo general, la siguiente obra toma una parte de la anterior para mejorar la nueva. No ocurre igual.  En el hacer de Mendiburu. Analizando sus obras, surge la diferencia. Una vez acabada una escultura se olvidaba por completo de ella. La creación de la siguiente obra parte de cero, para vivir un nacimiento nuevo. Hago un inciso. Existe un antecedente similar en el arte contemporáneo. Me refiero al pintor Paul Klee.

Sigo. Como excepción a las obras únicas o insólitas islas, hay piezas trabajadas en dos o tres versiones de lo mismo. Es el caso de la imagen de este artículo, titulada en lengua vasca Argi iru zubi. En esta escultura se da la siguiente paradoja. Siendo una de las más logradas de su carrera, dejó de apuntarse al posible exitismo. Prefirió los cien pájaros volando que uno en la mano. Esta obra data de 1977. Lo suyo fue seguir buscando nuevas islas, aunque no acertara cuando mezcla madera con hormigón. No. No hacen buenas nupcias.

Vale la pena pararse a contemplar la obra gráfica. Se nota la mano de un escultor. Al final del recorrido expositivo, sobre dos mesas adosadas, se posan trece pequeñas obras, de diversos materiales. Las ha elaborado un exquisito orfebre, capaz de convertir aquel ramillete de piezas en pura poesía visual.

Es justo felicitar al comisario de la muestra, Juan Pablo Huércanos. Por su tenacidad en llevar a cabo el proyecto y por haber conseguido el “milagro” de introducir un museo de escultura en otro museo, llamado Museo de Bellas Artes de Bilbao.

Fotografía: ©Jon Cazenave

 

 

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