Judith Butler, los medios y el fin

Por Iñaki Urdanibia

Nadie podrá poner en duda la relevancia de la figura de Judith Butler ( Cleveland, 1956) quien con la publicación de su obra Gender Trouble. Feminism and The Subversion of Identity, en 1990 (hay traducción en Paidós con el título de El género en disputa) y algunas obras posteriores (Deshacer el género y Cuerpos que importan, las dos traducidas por acá) abrió las puertas al posfeminismo contemporáneo, con sus análisis sobre el género ( no se nace sino que se hace, como ya señalase Simone de Beauvoir), la homosexualidad y la galaxia queer, poniendo en el orden del día los derechos de los LGBTI; para algunos sus teorías son puro delirio (véase las tajantes descalificaciones de Jean-François Braunstein en su La filosofía se ha vuelto loca, editado en Taurus), para otros pura bazofia posestructuralista, al seguir la senda de los Foucault, Derrida y Lacan, entre otros. Dejando de lado tan taxativas críticas, justo es señalar que su obra rebosa potencia y da mucho que pensar al problematizar una serie de cuestiones, invitando a penser autrement, que dijese Michel Foucault, en vez de ceñirse a las ideas dominantes, al uso y al abuso, de los cánones del pensamiento heredado, como base del mejor de los mundos posibles.

La potencia crítica de sus ideas desborda los límites de la teoría del género, que dio lugar a los gender studies, concibiendo el género no como una identidad fijada sino como un conjunto de normas socialmente construidas a través de los cuales nos situamos en la cotidianeidad, para extenderse a problemáticas más amplias en donde deja ver su compromiso cívico y político: ahí están sus Marcos de guerra. Las vidas lloradas o La vida precaria. El poder del duelo y la violencia, a las que se ha de añadir su reciente «La fuerza de la no violencia. La ética en lo político», editada como todas las nombradas con anterioridad por Paidós.

Varios son los puntos que enlazan con algunas de sus obras anteriores, si bien en la presente ocasión los amplía detallándolos, matizándolos: así en Marcos de guerra ya había entrado en el asunto de la vulnerabilidad y también de la no violencia, mientras que en Vida precaria había tratado de la violencia y del duelo, deteniéndose en el último de los nombrados en el respeto al orto, de la mano de Emmanuel Lévinas y el rostro del otro como eje de la ética.

Butler no se anda por las nubes, ni por los pagos de las abstracciones sino que pisa fuerte en la realidad, en especial en la de su país, sin evitar, no obstante, el referirse a casos de otras latitudes geográficas y culturales, relacionados con los recortes de las libertades y la transformación de quienes las exigen en violentos, cuando en terroristas que atentan contra el orden establecido. Entre estos últimos se hallan, de manera especial, las minorías étnicas y otras (negros, feministas, trans, pobres…)que son criminalizados al tiempo que son más afectados por la vulnerabilidad, ya que sin todos son vulnerables, como quedó demostrado en el 11-S, y con la pandemia, unos son más vulnerables que otros, al no tener acceso a ciertos sistemas sanitarios y otros. Estos entran dentro del conjunto de los sin, de los precarios, de los superfluos, de los sobrantes, de los pertenecientes a la zona no-ser que dijese Frantz Fanon. Los casos relacionados con los atropellos policiales a los negros, en algunos casos con resultado de muerte, son señal palpable de este maltrato hacia partes de la población; muertos que no merecen ni recuerdo, somo si no se tratasen se seres dignos. La violencia del estado es visitada, con su pretendido monopolio de la violencia, y la filósofa entra en mostrar ejemplos de violencia estatal que no es considerada violencia sino medios lícitos para hacer que la ley sea mantenida, mientras que las simples manifestaciones o protestas varias son encasilladas como violentas.

Otra de las cuestiones que recorre el libro, como un hilo esencial, a lo largo de todo él es el subrayado del carácter social de los humanos, como seres interdependientes, proyectados en el mundo de otros individuos, relaciones voluntarias o no, que nos van conformando como humanos, y la llamada a considerar, con tonos kantianos, la obligación de considerar a los humanos como fines en sí mismos y no como instrumentos para alcanzar algún fin, y los ejemplos de la falta de consideración y duelo hacia ciertos seres asesinados o excluidos, nombrados con anterioridad, son muestra de la transgresión de tal prescripción.

Uno de las tareas iniciales en que se empeña Butler es en el intento de delimitar que es violencia y que no, a la vez que somete al mismo filtro analítico la no violencia, y la encarna en las diferentes luchas que en el mundo son: feminicidios, marginaciones racistas, sexuales, etc. Mira a la izquierda y a las críticas que desde ella se vierten hacia las posturas que se reclaman de la no violencia, al tacharlas de individualistas, pertenecientes a la esfera moral, a la vez que pasivas e ineficaces; y la defensa que habitualmente se hace del uso de la violencia instrumental de la violencia con el fin de acabar con el sistema, sucediendo, historia al canto, que el uso se convierte en hábito, contaminando los supuestos fines que se persiguen, y viene al recuerdo aquella afirmación de Albert Camus, en Los justos, de que «ningún fin justifica causar un daño, y, por lo tanto, quien lo haga debe pagar las consecuencias, sin importar el fin que perseguía», al resultar en el uso de la violencia que los medios se convierten, o contaminan, el fin. No resulta discutible, por otra parte, que el uso de la violencia provoca odio hacia el otro, en lo que se ha de tener en cuenta que el yo que utiliza el uso de la fuerza atenta contra sí mismo; «la violencia que se ejerce contra otro a la vez es violencia contra el yo», en cambio -según defiende Butler- el empleo de la no violencia es el modo de respetar la relación social, siendo ésta un campo controvertido y ambiguo. La puesta por la no violencia supone el desmarcarse de la lógica impuesta por el poder, evitando caer en sus trampas, significando de este modo, su tarea «en hallar maneras de vivir y actuar en ese mundo de tal manera que esa violencia se controle, se reduzca o cambie de dirección. Butler desmonta las críticas que habitualmente se hacen acerca de la pasividad, la ineficacia, el tono moral e individualista para exponer que la no violencia abre paso a la responsabilidad colectiva. El asesinato de George Floyd en 2020, a los que añade otros, le sirve como banco de pruebas, y lejos de apostar por el silencio o por un pacifismo flou, Butler recurre a la noción de Gandhi, satyagraha ( no violencia) como manera de sortear la contraviolencia que no hace sino degenerar en un ciclo sin fin, de golpes y contragolpes, en las que por otra parte se da una flagrante desigualdad de fuerzas, mientras que la no violencia responde con más precisión al respeto de la relacional y al reconocimiento de la vulnerabilidad humana, dejando ver unos resabios propios de la visión care. La propuesta de Judith Butler es la defensa de una ética de la no violencia, posicionándose , o mejor manteniéndose, en las filas de la izquierda, en una defensa cerrada de la desobediencia civil como práctica de lucha, que al tiempo supone una afirmación de las exigencias de la vida, por medio de la palabra, los gestos y las acciones, siempre con el eje de los seres vivos como dignos de valor.

En su travesía, la autora recurre a Walter Benjamin, a Frantz Fanon, a Michel Foucault y a Sigmund Freud, (sin obviar los apoyos hallados en Derrida o Dörlin, y la visita al contrato social propuesto por Hobbes) y analiza sus posturas al tiempo que las confronta. El rastreo es de franco interés, al entrar a desentrañar la concepción benjaminiana sobre la violencia como útil, y sus distinciones entre violencia para el establecimiento de la ley, para la preservación de la ley y la violencia divina, destacando la justicia por encima de la ley; desmenuza los posicionamientos de Fanon en su apuesta por la dignidad de los seres de piel negra, visita las posturas foucaultianas acerca de la gubernamentalidad y los poderes del soberano, además de la conformación de los sujetos con la intervención del biopoder, y entra en la correspondencia mantenida por Einstein y Freud sobre la guerra, mostrando la tensión marcada por el vienés entre Eros y Thanatos y la posibilidad, y conveniencia, de frenar los impulsos del segundo polo, la pulsión de muerte que empuja a la agresión.

No cabe duda de que la obra de esta mujer filósofa y activista, siguiendo la pista de Antígona, da mucho que pensar al abrirse a la actualidad, a la que somete a su escrutadora mirada ética y política a favor de los seres segregados, marginados, etc., con atractivas propuestas para la acción emancipadora…si bien nunca llueve a gusto de todos y así puede verse al siempre ocurrente don Fernando Savater afirmar que «según Mark Twain, una buena biblioteca comienza suprimiendo las obras de Jane Austen (hoy podría decir la de Judith Butler por más razón)», gracieta descalificadora que obviamente el que escribe este artículo no comparte de ninguna de las maneras, y por lo que se ve tampoco lo hacen quienes acaban de otorgarle el Premi Internacional Catalunya 2021, al subrayar «el compromiso que desprende en su compromiso cívico y político en el que articula su proyecto teórico contra la violencia».

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