La Columna de Hierro en la revolución española
Entrevista con Miquel Amorós a propósito de su reciente libro.
Entrevista hecha a Miquel Amorós en el programa de radio libre La Nevera, Volumen 45, el 7 de agosto de 2021, a raíz de la publicación del libro “La Columna de Hierro. Hechos reales, hazañas y fabulaciones sobre la célebre milicia revolucionaria del proletariado.”
En julio de 1936 la clase obrera se vio obligada a salir a la calle para hacerle frente al fascismo. Cuando esto ocurrió, el pueblo valenciano trató de realizar los cambios sociales que venía reivindicando desde mucho tiempo atrás. La Columna de Hierro, formada para combatir en Teruel por militantes de la CNT-FAI, en su mayoría honradísimos obreros y campesinos levantinos, basó su organización y su obra constructiva en las ideas de igualdad, libertad y justicia social, pilares de la nueva sociedad que había de fundarse. Como se podía esperar, a la burguesía esto no le gustó, ni a los partidos políticos, ni a las potencias extranjeras, especialmente a la Unión Soviética, ni tampoco a la nueva burocracia cenetista, desarrollada en los primeros meses de la guerra. Por ello la Columna fue objeto de una enorme difamación que todavía perdura.
La Nevera: Ya habías publicado un libro sobre la Columna de Hierro (“José Pellicer, el anarquista íntegro”) ¿Qué es lo que te ha llevado a escribir otro?
Miquel Amorós: Un mejor acceso a los archivos, una mayor disponibilidad de la prensa histórica, y en fin, la aparición de nuevos testimonios y nuevos trabajos historiográficos, lo cual me proporcionó un conocimiento más profundo de la trágica epopeya proletaria iniciada en el 36 y, en particular, del papel fundamental que jugaron en la regional levantina el grupo Nosotros y sus colaboradores.
L.N.: La Columna de Hierro pasó por el Alto Palancia, y tuvo relación con la gente de allí, que la conoció bien, pero continúa siendo la Columna más criticada hasta hoy ¿por qué?
M.A.: Quienes trataron directamente con los milicianos no guardaron una impresión desfavorable de ella y menos aún las cerca de diez mil personas que de una manera u otra llegaron a participar en la Columna. Se sentían representados por ella. Era una milicia revolucionaria, idealista, deseosa de un mundo libre de opresión, “la estela de un sueño que toma color”, como dijo un poeta de entonces. Su activa presencia chocaba con los planes restauradores de la burguesía republicana, con la política estalinista, con el refuerzo del Estado y, al final, con los acomodaticios comités “responsables” de la organización confederal y libertaria. Molestaba a todos los sectores, y en consecuencia, no era apreciada por ninguno. Para todos los defensores del orden anterior al 19 de julio, la Columna no era más que “una cuadrilla de bandidos y ex presidiarios”.
L.N.: Autores “oficialistas” como Eladi Mainar, periodistas de derechas y seudocronistas locales le han atribuido todos los desmanes de la retaguardia…
M.A.: Siguiendo las orientaciones de filoestalinistas como Herbert Southworth, Tuñón de Lara, Pierre Vilar, Julio Aróstegui, Adrian Shubert, Ángel Viñas, Juan Marichal y tantos otros, los historiadores universitarios y los periodistas adictos al posfranquismo detestan sobremanera al libro más objetivo que se jamás escrito sobre la guerra civil española: “El Gran Camuflaje”, de Burnett Bolloten, publicado en 1961. Y precisamente este libro dibuja a la Columna de Hierro con trazos revolucionarios, reproduciendo por primera vez la historia del preso de San Miguel de los Reyes tantas veces editada. Ese tipo de desinformadores prolongan la tarea del KGB y los jueces verdugos de la Causa General. No hay más que ver quiénes son los que repiten hoy la cantinela difamatoria antaño entonada por la burguesía, el franquismo y la Iglesia: neofascistas, beatos, reaccionarios, conservadores, posestalinistas… gente de orden, idólatras de la autoridad, que odian las iniciativas populares autónomas y los cambios radicales con todas sus fuerzas. La mentira es su arma, tanto como la verdad lo es de la revolución. Las verdaderas ideas y posiciones intransigentes de la Columna son fáciles de rastrear. Publicó manifiestos, comunicados y llamamientos, imprimió un diario en el frente (“Línea de Fuego”) y fundó otro para la FAI (“Nosotros”). Una lectura incluso somera de la documentación nos revelaría un anarquismo revolucionario en su más alto grado de expresión práctica. La Columna de Hierro era sencillamente la vanguardia armada del proletariado levantino.
L.N.: En el libro te has centrado más en la retaguardia. Fue la única columna anarquista que la visitó por su cuenta para recordar a los burgueses que no luchaba por la República, sino por la Revolución. La República mitificada por la “izquierda” de ahora queda bastante en ridículo.
M.A.: En los primeros días la iniciativa corrió a cargo de los obreros y campesinos de todas las tendencias, que ocuparon tierras y fábricas con la intención de colectivizarlas. El Gobierno de Giral era un fantasma. La Columna de Hierro fue un elemento más de la marea revolucionaria. Por donde pasaba intentaba arrastrar a la Revolución. El pueblo liberado respondía organizándose y enviándole ropa, comida y dinero. La rapidez y extensión de este proceso revolucionario asustó al Estado, pues tal bagaje le imposibilitaba revertir el Pacto de No Intervención entre las potencias. La única manera de detenerlo era incorporando la CNT al gobierno republicano. Luego sería cuestión de militarizar las milicias y convertirlas en brigadas de un Ejército Popular cuya dirección escaparía de las manos proletarias para ir a parar a manos del Estado. Así pues, el proletariado quedaría neutralizado y desarmado. No hizo falta mucha presión para que la CNT entrara en el Gobierno y entregara las fuerzas que controlaba a los enemigos de dentro.
L.N: En tus libros (por ejemplo, en “La Revolución Traicionada. La verdadera historia de Balius y Los Amigos de Durruti”) denuncias las maniobras contrarrevolucionarias de los comunistas, pero también señalas que los dirigentes de la CNT y la FAI les hicieron el juego.
M.A.: Valencia era diferente de Cataluña. En la Regional de Levante pesaba mucho más la tendencia reformista. La tendencia revolucionaria era minoritaria y se apoyaba en unos pocos sindicatos (el Sindicato Único de la Construcción sobre todo), en las federaciones locales de pueblos campesinos y en un puñado de jóvenes entusiastas desperdigados en los grupos de afinidad o de defensa. Si bien esta minoría desconfiaba de la República y la creía incapaz de solucionar ningún problema, fuese la crisis, el paro o la reforma agraria, la CNT oficial pugnaba por una política unitaria con las fuerzas estatistas y burguesas. Las dos tendencias marcharon juntas al comienzo de la guerra bajo el paraguas del Comité Ejecutivo Popular, órgano regional de gobierno, pero cuando el frente quedó desabastecido, empezaron a distanciarse. La parálisis del frente fue el motivo de la bajada a la retaguardia de la Columna de Hierro. Esta quería tomar Teruel cuanto antes, para despejar el camino a Zaragoza. Al bajar, comprobó asombrada, que la vida frívola de los tiempos pasados reinaba como si no hubiera guerra ni revolución, y que los fusiles que tanta falta hacían en el frente, descansaban plácidamente en la retaguardia sobre los hombros de las fuerzas del orden. Luego, cuando la presencia en el gobierno de cuatro ministros libertarios cubrió el traslado de la capitalidad a Valencia, la separación fue total.
L.N.: La primera tarea que se impuso el Gobierno de Largo Caballero fue restablecer su autoridad para detener el proceso transformador que se había iniciado. Eso pasaba por cortar los suministros a los frentes y parar las operaciones. Empezar una contrarrevolución.
M.A.: La contrarrevolución empezó ya en el CEP, con fuerzas políticas que lo saboteaban desde dentro. La creación de la Guardia Popular fue un ejemplo. La prioridad dada a Madrid fue otro. El frente de Madrid absorbió casi todo el esfuerzo militar en detrimento de los frentes gestionados por los anarquistas, que quedaron estancados. La defensa de Madrid significaba la defensa del Estado. La ofensiva de Aragón hubiera significado el triunfo de la Revolución. La contrarrevolución lo tenía claro : el 25 de septiembre de 1936, el recién llegado general Gorev avisaba a Moscú de « que la lucha contr los anarquistas será inevitable [y] muy dura ». Algo más de un mes mas tarde tuvo lugar la matanza de la Plaza Tetuán. La contrarrevolución continuó con el hostigamiento constante a las colectividades y desembocó en los tiroteos de Vinalesa, Alfara, Benaguacil, Gandía etc., prefigurando los sucesos de Mayo del 37.
L.N.: También se debilitaría el sentimiento de solidaridad y hermandad con las demás tendencias proletarias, representadas por la UGT y el POUM. A menudo he escuchado comentarios del estilo de “las columnas no eran suficientemente combativas”. ¿Qué opinas?
M.A.: Sin aquellas columnas no se hubiera parado al fascismo. Fueron mejores que cualquier unidad regular de soldados, pues aunque partían de cero les movía la idea y la pasión. Las mujeres luchaban por su propia emancipación. Muchos milicianos eran demasiado jóvenes, habían mentido en la edad a la hora de apuntarse. Otros eran demasiado viejos. Todos sin excepción iban vestidos con ropa de verano, sin equipamiento alguno, sin saber disparar, ni desplegarse por el terreno, ni protegerse de las balas… Todas las columnas carecían de lo más imprescindible; sin embargo, aprendieron sobre la marcha: libraron batalla y vencieron. La de Hierro se transformó en una unidad de choque eficaz en menos de un mes, improvisando de la nada un sistema de sanidad, transporte y aprovisionamiento. No podemos negar que alguna columna chaqueteara, pero en general, se mostraron mucho más combativas cuando les animaba el espíritu revolucionario, que cuando se convirtieron en brigadas. La Columna de Hierro no tenía contemplaciones con quienes robaban o mataban. Los juzgaba, expulsaba y fusilaba su propia centuria. Si bien algunos grupos, a petición de los propios campesinos, llevaron a cabo ejecuciones en la retaguardia, también es cierto que la Columna protegió a mucha gente desafecta, bien empleándola en los despachos o en los ambulatorios y los hospitales, o simplemente buscándole resguardo seguro. La casa de los hermanos Pellicer era un auténtico refugio.
L.N.: Supongo que se trataba de gente que pasaba información al enemigo. En guerra había que tener cuidado con la llamada Quinta Columna, que se infiltraba en las organizaciones y pasaba información a los facciosos…
M.A.: La violencia contra el enemigo histórico -el cacique y el cura- era una violencia de clase. El pase de información al otro lado no tuvo lugar durante los primeros meses de la guerra, pues las patrullas, los comités y las distintas milicias de retaguardia tenían bien a raya a los posibles simpatizantes de los facciosos. La Quinta Columna apareció primero en Madrid a finales del 36, en forma de modestas células sin contacto entre sí dedicadas a esconder perseguidos y a procurarles carnets de organizaciones antifascistas. Precisamente cuando el orden público pasó a depender enteramente del Gobierno los partidarios de los sublevados empezaron a organizarse en serio, extendiéndose por los mandos del Ejército Popular y saboteando armamento. Sin embargo, el asunto no preocupó lo suficiente hasta agosto del 37, cuando se creó el SIM, pero para ser empleado contra el POUM y los anarquistas. Con el gobierno de Negrín la contrarrevolución alcanzará su cota máxima.
L.N.: Volviendo al tema de la represión en la retaguardia y a los incontrolados, observo que toda la violencia y todos los desmanes habidos siguen siendo sistemáticamente achacados a la Columna de Hierro. Por ejemplo, el artículo escrito sin ningún rigor “La Columna de Hierro. Terror puro y duro en la Guerra Civil”, de un tal Álvaro Vanderbrule, publicado en El Confidencial, el 13 de diciembre de 2014. Tu escribiste que el Comité de Guerra se oponía a todo ello y facilitaste el dato de que otras facciones, como el PCE, atribuían sus fechorías a los anarquistas…
M.A.: “El Confidencial” es un diario de derechas y el artículo en cuestión es una muestra químicamente pura del fariseismo ciudadanista que caracteriza hoy a los francotiradores ideológicos del orden establecido, encargados de atizar periódicamente el miedo a la revolución para decantar hacia el autoritarismo a la clase dirigente, sin preocuparse lo más mínimo de la veracidad y de la objetividad. Ese miedo casi genético que perdura, se traduce en odio africano al colectivo que mejor encarnaba la revolución. En verdad hubo muertes por parte de algunos grupos de la Columna, pero la gran mayoría corrieron a cargo de las patrullas de orden público de cualquier signo que pululaban en la retaguardia y más aún de la policía oficial u oficiosa. Lo que verdaderamente traumatizó a la burguesía no fueron los conatos de “terror rojo” que se sucedieron entre agosto y octubre del 36, sino los registros, las multas y las requisas de joyas y objetos de valor efectuadas por la Columna en busca de medios pecuniarios para la compra de armas, que fueron muy numerosas. La burguesía ha tenido siempre su corazón en el bolsillo.
L.N.: Remarcaría la gran labor constructiva de la Columna de Hierro y su carácter asambleario…
M.A.: La sola presencia de la Columna sirvió para organizar autónomamente los pueblos cercanos al frente, desarrollar sindicatos y promover colectividades. Tenía interés material en hacerlo pues los obreros y campesinos eran sus principales suministradores de víveres y ropa de abrigo. De las industrias colectivizadas les enviaban mantas y correajes. En Burriana, una fábrica autogestionada le proporcionaba munición. La Columna de Hierro funcionaba como el ejército griego descrito por Jenofonte en la “Anábasis”, con un grado elevado de autonomía. Todos sus componentes habían venido voluntarios y voluntariamente podían abandonarla. Sin embargo, la autodisciplina, fruto de la conciencia revolucionaria, impedía una dispersión caótica. Las bajas se cubrían inmediatamente con nuevos voluntarios. El Comité de Guerra solamente informaba y coordinaba; las decisiones eran tomadas regularmente en la asamblea de delegados, elegidos previamente y mandatados por las asambleas de centuria. Ni saludos castrenses, ni jerarquías, ni galones, ni órdenes unilaterales, ni uniformes, ni castigos. Las demás columnas libertarias funcionaban más o menos del mismo modo. La militarización acabó con todo, separando la guerra de la revolución.
L.N.: Bueno, ¿tienes algo más que decir? ¿Cuál ha sido tu propósito al escribir sobre la guerra civil revolucionaria?
M.A.: Al empezar a documentarme sobre la guerra civil, me sorprendió la ocultación metódica de la gesta proletaria por parte de los historiadores. El testimonio de mis familiares, algunos de la CNT, contrastaba con la versión oficial pro republicana del estilo de Hugh Thomas o Raymond Carr, no digamos ya con la comunista. Hasta la lectura de “La CNT en la Revolución Española”, de José Peirats, y del “Durruti. El proletariado en armas”, de Abel Paz, no lo vi claro. Como sea que quien ignora el pasado está condenado a repetirlo, mi compromiso con la revolución social esbozada en el 36 me impelía a trabajar en pos de la verdad de los hechos, la primera víctima de la guerra, lo que me condujo a reivindicar a sus protagonistas más radicales, olvidados hasta por sus mismas organizaciones. De ahí salieron mis investigaciones sobre la muerte de Durruti, las trayectorias de Jaime Balius y José Pellicer, la Agrupación de Los Amigos de Durruti, la Columna Maroto y la Columna de Hierro. El resultado fue la clara constatación de la pugna entre un anarquismo revolucionario inflexible y un sindicalismo libertario reformista y condescendiente, que literalmente renunció a sus principios y traicionó la revolución. Tal afirmación irritó a muchos “ortodoxos” cenetistas y soliviantó a sus historiadores mercenarios; hubo quien me acusó de “hacerle el juego al enemigo”. Si eso significa convertir la historia en propaganda, o sea, falsear la realidad, entonces que no cuenten conmigo. La verdad siempre es revolucionaria, el maquillaje y la tergiversación no lo son. Otra cosa es que el interés por la Revolución, y por consiguiente, el interés por la verdad, hayan decaído. El enemigo triunfó y las consecuencias del triunfo están muy presentes. Si bien empiezo a dudar de que la verdad nos haga libres, dada la enorme confusión y desmemoria reinante contra la que poco puedo hacer, la ignorancia y la mentira nos harán irremisiblemente esclavos.