La sabana y el mar de Homero

Viajes iniciáticos de una leona por la sabana y dos pasajeras por el Mediterráneo.

El estafermo

Los científicos aún no han averiguado por qué las leonas son las cazadoras de la familia y no los leones. En tanto se despeje la incógnita, una leyenda va corriendo por la sabana entre los ciudadanos de Kenia. He aquí la leyenda: Al principio de los tiempos, fueron a cazar para alimentar a su prole y a ellos mismos, un león de altivez supina y su pareja, una agilísima leona.

Mientras la hembra iba zigzagueando en busca de las mejores posiciones para atacar a sus presas, el león parecía ir de exhibición, mostrando a todo bicho viviente que él era el rey de la selva. Con su pavoneo consiguió ahuyentar a las presas posibles.

La leona pensó, en su pensamiento de animal felino, que con aquel estafermo no irían a ninguna parte. Se dio la vuelta y enfiló hacia el lugar de partida. Una vez en su territorio natural, dejó que el exhibicionista se tumbara, como era su habitual, y dejara que los cachorros se le subieran a las barbas. Acto seguido, la leona emprendió la marcha en busca del sustento alimentario de la familia.

Horas después, la familia comía a papos llenos lo conseguido por la eficiente mamá.

Desde entonces, las mujeres keniatas siempre que ven un león de lejos o de cerca, lo mismo en fotografía, como en las salas de cine, no paran de mofarse de su tontorrona inutilidad, riéndose de labio a labio. Los varones kenianos malician esa mofa como una burla contra ellos.

A los científicos se les acumula el trabajo. Ahora deben descubrir si la burla de las damas keniatas va más allá de los leones.

 

Un barco parlanchín

Una niña de diez años y su mamá, en el puerto de Barcelona, suben a bordo de un estupendo barco que habla. “Bienvenidas a mi humilde morada”. Luego, mirando a derecha e izquierda, para no ser oído por pasajero alguno, añade: “Nunca hasta hoy han visto mis ojos, teñidos de azul mistral, semejante pareja de dos con tan asombrosa belleza”. Hace una pausa para descansar de su chispeante arrobo. “Dejaré dos órdenes al capitán. Una, que haga en honor de sus graciosas pasajeras el salto del delfín, que es lo más sorprendente de ver en pleno viaje. La otra se refiere a dejar los mandos del timón a la joven criatura, la cual deberá tener cuidado, porque este barco, o sea yo, al menor descuido se convierte en el barco volador de los mares. Y no es plan”.

Para terminar, cerró su monólogo: “Intuyo que sus presencias darán una luz especial a la propia del Mediterráneo, el llamado mar de Homero. Quedo al servicio de sus sandalias persas, trajes de baño del color del viento y demás cremas solares, en la seguridad o convencimiento que ese mundo femenino portado entre ambas damas insuflará vida a los cansados tatuajes de mi cuerpo de trota mares”. Seguido, se recogió a sí mismo, se le plegaron los párpados y se durmió. Zzzzzz…

 

 

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