
Musa de Andy Warhol
Por José Luis Merino
Se llama Tama Janowitz. Formaba parte de la camarilla intelectual y artística en derredor del astro del pop-art Andy Warhol, quien, a su vez, se servía de esa rutilante cohorte como fuente de inspiración para llevar a cabo su obra multidisciplinar.
La crítica especializada llegó a considerar a Tama Janowitz, junto a Easton Ellis y Jay Mclnerney, como parte de un grupo de “escritores malcriados”, cifrada después como la década prodigiosa.
Fue con el libro Esclavos de Nueva York (1986), por lo que Tama Janowitz adquirió una fulgurante notoriedad, que el círculo de Warhol se encargó de jalearlo exponencialmente.
Observadora insaciable del complejo ecosistema neoyorquino, lo mismo a través de las historias breves de Esclavos de Nueva York y Prefijo 212 (2001), como en los artículos que le publican en The New Yorker o Interwiew y en las novelas Un caníbal en Manhattan (1988), Una cierta edad (2000) y Ellos es nosotros (2008), imbuida siempre con una idea insoportablemente fija: “A veces pienso en la ciudad como un enorme organismo, una especie de colmena viviente”, decía.
Su manera de escribir le lleva a utilizar las preocupaciones superficiales de los ciudadanos, para poder captar la esencia más profunda y perentoria de la sociedad en la que vive o cree vivir. Elabora sus escritos sin pudor, con un estilo directo y sin pretensiones. En ocasiones emplea jirones de su propia vida y los somete a una ácida disección. Las palabras suenan como bofetadas extemporáneas, trufadas por la mayor de las precisiones, con los añadidos de una lucidez irónica y un dolor efímero como resultado. Puede ejemplificarse mediante un exiguo y, al tiempo, sentido pasaje de Esclavos de Nueva York: “Mis padres habían elegido: seguirían siendo pobres pero vivirían de la tierra, con un estilo de vida que no se viera afectado por el mundo comercial y falso que les rodeaba. Se daba por supuesto que todos trabajaríamos duramente. En otras palabras, no teníamos televisión”.
Quizá el severo ideario de sus padres dejara huella en la escritora, al punto de llevarla a adentrarse en el restrictivo mundo de los seres desplazados de sus historias. En ese universo aparecen artistas sin fortuna, solteras amargadas, fracasados en busca de utópicos e improbables éxitos. Todos ellos rebosan inseguridad y protagonizan relaciones disfuncionales mayúsculas.
Desde otra materialidad visionaria, Andy Warhol denunciaba la deshumanización de la civilización dominante, al tiempo de elevarla a categoría de arte a través de los conceptos populares de la cultura urbana norteamericana, tales como el retratamiento de estrellas de cine, políticos, sopas, jabones y otras bebidas insulsas, proclamando, de forma impositiva: “Quiero que todo el mundo piense igual. Creo que todo el mundo tendría que ser una máquina”.
Tras la muerte en Nueva York de Andy Warhol, el 22 de febrero de 1987, Tama Janowitz fue aclamada por un sinnúmero de amigos como la musa predilecta del artista de Pittsburgh. Mas todos sabían, empezando por la misma Tama, que la única musa, la verdadera musa de Warhol fue el propio Warhol.
[Fechada en Nueva York, el 23 de mayo de 1990, Tama Janowitz me escribió una carta (a mano y en letras mayúsculas) en la que decía:
“QUERIDO JOSE LUIS,
PERDÓN, NO TENGO TIEMPO PARA COMPLETAR TU CUESTIONARIO (ESTOY INTENTANDO ESCRIBIR)
PERO BUENA SUERTE CON TU PROYECTO Y ¡FELICITACIONES POR TUS CINCO LIBROS!
SINCERAMENTE
TAMA JANOWITZ”]
[Desde entonces no tengo noticias de ella, salvo el testimonio vivo de sus libros]