
URUGUAY
El asesinato de Castagnetto según Bardesio

Héctor Castagnetto

Autor: Samuel Blixen
9 enero, 2019


Bardesio y Freitas procesados por homicidio especialmente agravado
“Yo, Nelson Bardesio, oriental, casado, de 31 años, funcionario del Ministerio del Interior, declaro ante el Tribunal del Pueblo mi participación y los hechos que conozco en relación con el secuestro y posterior asesinato de Héctor Castagnetto da Rosa:
Encontrándome en la oficina de Estadística, Contralor y Difusión del Ministerio del Interior, el oficial inspector Pedro Fleitas requirió mi participación para un operativo. La oficina de Estadística, Contralor y Difusión, cuyo director honorario era el inspector (r) Jorge Grau Saint Laurent, servía de cubierta a la planificación y ejecución de atentados sobre los cuales he prestado ya declaración ante el Tribunal del Pueblo. El oficial inspector Fleitas era secretario del coronel Volpe (encargado del Registro de Vecindad) y oficiaba como enlace entre el Ministerio del Interior y el denominado Comando Caza Tupamaros. Según me dijo Fleitas, el subcomisario Delega, del departamento 5 de la Dirección de Información e Inteligencia, le había solicitado su colaboración para dicho operativo, manifestándole que también me necesitaba a mí y a mi automóvil (un Volkswagen matrícula ficticia 505 210), que pertenecía a la Jefatura de Policía de Montevideo y que había quedado en mi poder después de haber sido utilizado en uno de los atentados referidos.
En horas próximas al mediodía me dirigí con el inspector Fleitas hacia el hotel Carrasco, frente al cual debía esperarnos el subcomisario Delega. AI llegar allí encontramos a Delega, a los funcionarios del Departamento 4 (que habían sido enviados a Brasil para recibir entrenamiento estilo Escuadrón de la Muerte) y a un joven que luego me enteré era Héctor Castagnetto. Esas cuatro personas estaban en un automóvil marca Opel, que pertenecía al comisario Pablo Fontana, del Departamento 4.
Pude saber que Castagnetto había sido detenido esa mañana en avenida Italia y Propios, por los dos funcionarios del Departamento 4 aludidos. Yo no poseía antecedente alguno sobre la persona del detenido. El subcomisario Delega nos dijo que había que ‘pasear’ a éste durante toda la tarde, para lo cual había requerido la utilización de mi automóvil. Castagnetto fue trasladado al automóvil sentado junto con Fleitas; Delega se ubicó adelante. El detenido vestía pantalón y saco y llevaba una bolsa que contenía discos de música popular. Se le notaba algo nervioso, pero no parecía asustado.
Informé al subcomisario Delega que el auto no estaba en condiciones mecánicas como para andar toda la tarde, contestándome él que me dirigiera hacia afuera, que ya se le ocurriría algo. Un rato después me indicó que iríamos hasta El Pinar y pasaríamos la tarde en un rancho abandonado que él conocía. Explicó que en ese rancho habían vivido algunos militantes del mln, contra los cuales se realizó un procedimiento en que él había participado, y que ahora la construcción estaba abandonada.
Fuimos hasta la construcción señalada por Delega. El ranchito de construcción algo vetusta está ubicado en la calle que va del Autódromo a avenida Italia. Una vez instalados en él, yo fui con el coche hasta un almacén que queda en avenida Italia, a más o menos dos quilómetros de distancia, y compré algún fiambre y dos o tres botellas de agua mineral. Pasamos toda la tarde en El Pinar. La mayor parte del tiempo Castagnetto estuvo sentado en el suelo, en un rincón, esposado. Prácticamente no se habló con él. Sólo Delega le hizo algunas preguntas: si aún pertenecía al mln, a lo que Castagnetto respondió que no; si sabía dónde estaba la Cárcel del Pueblo, a lo que también respondió negativamente; y qué hacía con la bolsa de discos, a lo que dijo que estaba trabajando como corredor independiente de discos. Nos fuimos turnando y mientras uno vigilaba a Castagnetto, los otros dábamos algún paseo por los alrededores. Le pregunté a Fleitas qué pasaría con el detenido y él me dijo que no tenía idea, que ése era asunto de Delega. Le hice la misma pregunta a éste, quien me dijo que sólo estábamos haciendo tiempo, mientras los dos funcionarios del Departamento 4, que habían identificado y detenido a Castagnetto, reunían sus antecedentes y preparaban el interrogatorio. Me indicó que no debíamos hacerle ninguna pregunta a Castagnetto y dijo que los referidos funcionarios ‘estaban formando un equipo nuevo’.
Casi al oscurecer partimos hacia Montevideo, indicándome Delega que tomara por la rambla. Llegamos hasta una casa que queda en la calle Araucana. Allí nos recibió Ángel Pedro Crosas, diciéndonos que en la casa se encontraban personas compartimentadas y que deberíamos dar algunas vueltas con el auto, durante el tiempo en que dichas personas salían. Crosas me había sido presentado anteriormente por el coronel Walter Machado, asesor militar del Ministerio del Interior. Es de nacionalidad paraguaya y le dicen ‘doctor’. Había trabajado con Acosta y Lara en la intervención de Secundaria y tenido participación en la organización de la jup. Al ser nombrado subsecretario del Interior, Acosta y Lara lo había traído al ministerio. Al presentarlo, el coronel Machado había dicho que por orden del subsecretario, Crosas iba a realizar algunos operativos ‘especiales’ y había que prestarle la colaboración que él solicitara. En una reunión realizada en la oficina de Estadística, Contralor y Difusión, en la que participamos Machado, Fleitas, el inspector Grau y yo, Crosas planteó que había que llevar adelante una ‘acción psicológica violenta’ para hacer frente al mln. Yo manifesté que estaba en desacuerdo con ese planteo y que lo que debía hacerse era organizar un grupo eficiente de información, a lo que Crosas respondió que ésos eran sueños irrealizables.
Cuando regresamos a la casa de la calle Araucana, después de dar algunas vueltas, entramos a Castagnetto, ubicándolo en un sofá del corredor central. La casa era amplia y estaba amueblada con elegancia. El alquiler, que era de 300 dólares mensuales, lo pagaba el Ministerio del Interior; algunas veces había oído en el ministerio el comentario de que no había plata ni para comprar papel, pero se gastaba esa suma en la casa de Crosas.
Crosas nos dijo que deberíamos quedamos para custodiar a Castagnetto durante la noche, ya que los funcionarios del Departamento 4 no llegarían hasta las primeras horas de la mañana siguiente. Dividimos la noche en tres turnos de guardia y nos quedamos. A mí me tocó la guardia de la mitad de la noche. No hablé con Castagnetto. Éste dormitaba a ratos en el sofá.

Miguel Sofía (foto Matha Passeggi)
A primera hora de la mañana llegaron los dos funcionarios en compañía de Miguel Sofía, a quien llamaban José y que había sido presentado por Crosas en el ministerio como su principal ayudante. Por comentarios en el ministerio, sé que José pertenecía a la jup; al igual que Crosas, parecía tener gran confianza con el subsecretario Acosta y Lara, concurriendo asiduamente al despacho de éste. Al llegar José y los dos funcionarios, Delega y yo nos fuimos, quedando Fleitas en la casa de la calle Araucana. Yo alcancé a Delega hasta su casa y me fui para el estudio fotográfico Sichel, en bulevar España 2291. Esa misma tarde, alrededor de las 19 horas, Delega pasó por el estudio, diciéndome que necesitaba conectarse con alguien de la marina que pudiera ayudarlos a ‘sacar una persona de Montevideo’. Agregó que no podía ser el capitán Motto, pues éste tomaba mucho y era necesaria la máxima discreción respecto a esto. Recordé el nombre del capitán Jorge Nelson Nader Curbelo, que me había sido presentado en el Club Naval por el capitán Mario Risso, indicándome que podía recurrir a él para cualquier tipo de colaboración (más tarde, el capitán Nader sustituiría al coronel Machado como asesor militar del Ministrerio del Interior).
Llamé a Nader por teléfono y combinamos un encuentro para dos horas más tarde en la rambla y Comercio. Allí Delega le pidió su colaboración para ‘sacar de Montevideo a un miembro del mln’, a lo que Nader accedió, acordándose un nuevo encuentro para la 1 de la mañana en pasaje Hansen y Propios, donde yo también debería concurrir para realizar el contacto. Alcancé a Delega hasta las oficinas del Departamento 5, en la calle Maldonado, comprometiéndome a estar en la casa de la calle Araucana 10 o 15 minutos antes de la hora convenida al encuentro con Nader. Llegué a la casa de Araucana muy sobre la hora, viendo que sacaban a Castagnetto con los ojos vendados, introduciéndolo en el coche de Crosas, un Chevrolet Nova argentino de color azul que tenía el parabrisas roto y que pertenecía al Ministerio del Interior. En él se ubicaron Castagnetto y los dos funcionarios del Departamento 4 en el asiento de atrás, conduciendo Crosas y yendo a su lado José. Al parecer, Fleitas no estaba en la casa. Delega subió en mi coche y fuimos hasta el lugar del encuentro, donde ya estaba Nader. Pasaron a su auto a Castagnetto y los dos funcionarios, siguiendo los tres vehículos hacia el puerto. En la entrada que queda al lado de la Estación Central del Ferrocarril, creo que es del club Rowing, el auto de Nader entró al puerto y nosotros dimos la vuelta. Dejé a Delega en el Departamento 5 y me fui a la casa de un matrimonio amigo, en la calle Canelones, donde estaba viviendo.
Una hora más tarde, o sea, pasadas las dos de la mañana, Delega me telefoneó diciéndome que la casa de la calle Araucana debía ser evacuada pues Castiglioni había avisado que la casa iba a ser allanada por denuncias de un vecino, y que yo debería guardar algunos paquetes, ya que ellos no tenían dónde hacerlo. Delega pasó a buscarme en su automóvil y me llevó hasta la rambla y Araucana, donde se encontraba la camioneta que usan habitualmente los dos funcionarios entrenados en Brasil, una Volkswagen Kombi color crema. En la camioneta había dos personas que no conozco y que pertenecían al grupo de José para los cuales Crosas me recomendó total compartimentación. Me llevaron en la camioneta hasta el estudio, donde bajé dos paquetes y una caja sacados de la casa de Araucana. Ignoro el contenido de los paquetes. La caja, que estaba abierta, contenía seis metralletas calibre 45, con la marca y el número limados, y varios panes de explosivos. Éstos eran unos cubos de color esponja que en una de las puntas tienen un agujero para el detonador. Estaban envueltos en hojas de papel cuadriculado, donde había escrito con birome: ‘cct’. Destruí estas hojas por temor a que me comprometieran. Más tarde consulté a Delega acerca de si el manejo de esos explosivos podía significar peligro, diciéndome él que no, que no había peligro alguno si no se Ies colocaba detonador. Le dije también que había roto las hojas con la inscripción cct, a lo que él me dijo que había hecho bien.
Hace alrededor de un mes y medio llevé los paquetes y la caja al ministerio por indicación de Fleitas, quien me dijo que ese material debía entregarse al sid. Entregué los paquetes al capitán Nader. Entiendo que Castagnetto fue interrogado y torturado en la casa de la calle Araucana y luego eliminado, arrojándolo al río. En este caso, quienes realizaron la operación fueron los dos funcionarios que lo acompañaron en última instancia. Por lo que sé, el Comando Caza Tupamaros está integrado por Crosas, Sofía, el oficial inspector Fleitas, como enlace, Delega y los dos funcionarios entrenados en Brasil. De éstos, cuyo nombre no recuerdo, sé que pasaron al Departamento 5. Crosas y José (apodo de Sofía) desaparecieron pocos días después de lo de Castagnetto, y tras cobrar una gruesa suma de dinero en el ministerio dijeron que viajaban a Brasil, pero a José lo vi en Montevideo al día siguiente de las elecciones festejando el triunfo.
Declaro que todo lo antedicho es un fiel recuento de los hechos y admito mi participación en los mismos y la responsabilidad consiguiente. Para constancia de lo cual firmo. Nelson Bardesio. Marzo de 1972”.

Sin palabras

“Le perdonó la vida. Lo podía mandar en cana”, dijo, suficiente, el diputado colorado Daniel García Pintos, inclinándose sobre un correligionario, pero en realidad hablando para la tribuna.
La bravuconada era parte del show que el martes 26 se montó en el quinto piso del viejo edificio de La Mañana y El Diario, en el lugar que el Poder Judicial destina para los juicios orales y públicos.
La sala estaba abarrotada. En un costado, digamos la Colombes, se arracimaban connotados militantes de la lista 15 en torno a su líder, el ex presidente Jorge Batlle, y su abogado Jorge Barrera. Del lado de la Ámsterdam, Julio Marenales y su abogado Homero Guerrero apenas sobresalían del cerco de periodistas, fotógrafos y camarógrafos. En la Olímpica, la jueza Aída Vera Barreto sonreía, complacida. Después de una hora y pico de juicio por difamación e injurias, alguien comentó, muy cerca del mentor de Palo y Palo: “Una payasada”.
Pero no lo fue. Será engorroso, pero no ocioso, demostrar que la decisión de Batlle de desistir de la denuncia y “darse por satisfecho” ante lo que cierta prensa calificó como una “retractación” del dirigente tupamaro, mantiene en pie el aspecto esencial de la cuestión: según documentación oficial de Estados Unidos, desclasificada hace cinco años, en febrero de 1972 el entonces derrotado candidato presidencial Jorge Batlle propuso la creación de algo muy similar a un escuadrón de la muerte, afirmación que no fue desmentida por el demandante y que seguramente incorporará otro capítulo al expediente de la investigación sobre los crímenes del Escuadrón, que se sustancia en otro juzgado penal.
Este episodio de “difamación”, que permitió a Batlle “defender su honor”, fue en realidad un coletazo del empuje que cobró la investigación sobre la desaparición del estudiante Héctor Castagnetto a raíz de la detención en Argentina del ex agente de la cia y fotógrafo policial Nelson Bardesio. A la salida de un juzgado donde, como dice José Mujica, se va a tramitar la campaña electoral, Marenales fue preguntado sobre la responsabilidad de Julio María Sanguinetti en el encubrimiento de los crímenes del Escuadrón de la Muerte. Marenales respondió que si bien no tenía pruebas, sí tenía la convicción de que Sanguinetti y Batlle habían sido los “cerebros políticos” de aquella organización paramilitar y parapolicial.
Batlle, en una conferencia de prensa donde no se admitieron preguntas, anunció su determinación de denunciar a Marenales por difamación ante la justicia. La jueza Vera Barreto fijó la primera audiencia para el martes 26 y convocó a Marenales mediante un cedulón que fue entregado en la sede del mln el jueves 21. La defensa del dirigente tupamaro advirtió a la magistrada que, debido al feriado del lunes 25, era imposible cumplir con el plazo “no menor de 48 horas” para la presentación de pruebas; la jueza desestimó modificar la fecha de la audiencia.
En medio de una considerable expectativa mediática, al comienzo de la audiencia la magistrada aceptó recibir la prueba en que se fundamentaba buena parte de la defensa. Se trataba de una fotocopia de un documento del Departamento de Estado de Estados Unidos, fechado el 2 de febrero de 1972, y que fue desclasificado a mediados de 2003. Dicho entre paréntesis, los informativos de la televisión privada y algunos programas radiales no registraron el detalle y refirieron simplemente a una publicación de Búsqueda que adelantó, en 2003, algunos de los conceptos más sustanciales.
El documento, firmado por el entonces embajador de Estados Unidos en Uruguay, Charles Adair, sintetizaba una serie de entrevistas que funcionarios de la embajada habían mantenido con Batlle. Buena parte de las cuatro carillas rotuladas como “confidencial” fue dedicada al análisis del papel que jugaría Batlle y los miembros del mayoritario sector del Partido Colorado, Unidad y Reforma, en el gobierno del electo Juan María Bordaberry que se estrenaría un mes más tarde. El análisis consignaba que Batlle, quien deslizaba diferencias con Bordaberry, se proponía monopolizar la conducción de la economía del futuro gobierno, desde el ministerio y desde el Banco Central y el Banco República.
En el ítem dedicado al “terrorismo”, el embajador Adair señalaba: “Como lo había hecho en anteriores conversaciones con nosotros, Batlle repitió que apoya atacar el problema terrorista con un nuevo, pequeño, secreto grupo que pelearía a los tupamaros en sus propios términos. Dijo que tal grupo tendría que ser establecido fuera de las autoridades legalmente constituidas”.
Esos conceptos –que la defensa subrayó en tanto provenían de un muy influyente dirigente colorado, que no podía desconocer la significación de los atentados y asesinatos que la derecha venía cometiendo desde comienzos de 1971– indicaban que Batlle era partidario –toda vez que su derrota electoral enterraba unos planes de pacificación para incorporar a los guerrilleros a la vida legal y cuyos términos nunca llegaron a conocerse– de impulsar grupos terroristas para combatir a los tupamaros.
Marenales explicó en la audiencia que, puesto que Batlle nunca desmintió la información de prensa que consignaba el contenido del documento diplomático estadounidense, se sintió en el derecho de inferir que Batlle era un “cerebro político” del Escuadrón. Y agregó: “Si esas afirmaciones son falsas, entonces no tendría inconveniente en pedir disculpas”.
El condicional de Marenales, que reclamaba implícitamente un desmentido formal de Batlle sobre los conceptos transcriptos por el embajador Adair, quedó flotando en el aire, pero no llegó a sacudir el ambiente porque fue eliminado con un pase de mosqueta: “Si es así, me doy por satisfecho”, anunció, rápido, el líder de la lista 15, dejando a los presentes con la duda de si había dicho lo que dijo, o si el embajador Adair había inventado su propuesta de crear escuadrones, que por cierto ya estaban operando.
La jueza Vera Barreto quitó de escena el asunto, preguntándole a Marenales si había tenido intención de ofender. El dirigente tupamaro explicó que no era su estilo agraviar a sus oponentes, y entonces el abogado Barrera anunció que desistía de la denuncia. La jueza procedió a clausurar la audiencia, y en el apuro olvidó darle la palabra al fiscal Luis Bajac, que bien podría haber reclamado una definición sobre la verdad o falsedad de las afirmaciones contenidas en el documento.