Palestina. Del horror de la ocupación al amor por la libertad
Mahmoud Al Aridah, su hermano Mohame Al Aridah, y dos de sus compañeros Ya´qub Qaderi y Zacaria Al Zubei fueron recapturados. Los cuatro han sido torturados cruelmente por la racista bestia sionista que desahoga en ellos el odio que le produce el amor del pueblo palestino por la libertad, y su lucha por alcanzarla
Cuando en nuestra adolescencia recibíamos las primeras lecciones de Historia Universal nuestros ojos aún con rastros de la inocencia infantil se abrían asombrados al oír del profesor o leer en el libro de texto el relato de las atrocidades sin cuento que unos hombres con el poder de la fuerza le hacían a otros. Descuartizamientos, suplicios, mutilaciones, elaborados aparatos de tortura y sofisticados modos de producir la muerte en medio del mayor dolor y la más lenta agonía. Todo muy legal además, porque no se estaba historiando la maldad de los hombres malos que siempre los ha habido, sino de los buenos. Que presuntamente lo eran quienes ejercían el poder, estaban investidos de autoridad. Nuestro corazón atónito sin embargo respiraba aliviado y aun reconfortado cuando reparaba en que eran otros tiempos, épocas para siempre superadas por la humanidad que -¡qué duda habría!-, ya no volverían.
Ya en tiempo real la vida nos iba desengañando. Si bien esas eran historias remotas por allá de Nerón, de Atila, de Gengis Kan y de quienes vinieron del otro lado del mundo a conquistar a América, con igual pasmo fuimos encontrando que las noticias del día presente a su vez nos iban informando de las atrocidades que se cometían en nuestro mismo país, y en el mundo. Atrocidades sin cuento sólo diferenciadas de aquellas remotas por aspectos de forma quizás y un mayor esfuerzo de hacerlas presentables como actos que tenían algún nivel de justicia y legitimidad, no hechuras de un déspota de mente retorcida. Pero en últimas, lo mismo: obstinación de unos hombres por causar el mayor dolor, despojo, destrucción y muerte a otros, a quienes no se les reconoce siquiera condición humana. Argucia de los hacedores para ante sí y los otros, enjugar su mala conciencia. Son los Vietnam, Camboya, Panamá, Irak, Siria, Líbano, Afganistán, Yemen, Ruanda, las dictaduras latinoamericanas y pare de contar. ¡Ah! Y sobre todo, Palestina. ¿Por qué sobre todo Palestina?
Porque en todos los demás casos –apenas enunciativos los mencionados-, ha habido, así sea pequeño, algún nivel de debate y cuestionamiento sobre las atrocidades cometidas, sobre la ilegitimidad de esas invasiones, bombardeos, despotismos y sus efectos desoladores. Y mal que bien, la prensa del mundo ha informado sobre ello. En cambio Palestina, Palestina, es un caso excepcionalmente atípico, como parte de una conspiración mundial para silenciarlo. No como parte corrijo, sino parte en efecto, de una conspiración para silenciar la barbarie sin cuento que padece. Y originada en un poder tan omnímodo y de universal cobertura, que tiene alcances para ese silenciamiento. ¿Cuál poder? El del sionismo.
Sobra hablar porque de eso ya están ahítas la historia, los informes oficiales, las sentencias internacionales y las resoluciones de la ONU, en una palabra la conciencia universal, sobre la ilegitimidad absoluta de la constitución y asentamiento del Estado israelí en el territorio palestino. Hecha violando flagrantemente la misma resolución de las Naciones Unidas que dio vía libre a la creación de ese Estado. Lo que tuvo comienzo el 15 de mayo de 1948 – la Nakba que conmemoran los palestinos-, cuando furiosas hordas sionistas con las que los palestinos no estaban en guerra, a las que no habían despojado de nada, ni les habían invadido sus tierras como que ellos llevaban milenios en las heredadas de sus mayores, cayeron sobre sus poblados destruyéndolos, incendiándolos, pasando a cuchillo a sus moradores, apropiándose de sus tierras y obligando a ochocientos mil a huir para salvar sus vidas e instalarse como refugiados sin patria en países vecinos. Tal el comienzo del Holocausto palestino, sacados de su patria ancestral donde hay que decirlo, convivían pacíficamente con los judíos allí asentados.
Eso, el comienzo de todo. De lo que se llamó “el conflicto árabe israelí que dio lugar a varias guerras, y que por esas fintas absurdas de la historia, desapareció quedando reducido apenas al “conflicto palestino-israelí”. Es decir, Palestina quedó sola. De ahí, de ese episodio atroz de 1948 sin fundamento en derecho alguno y al contrario, repudiado por cualquier normativa que se considere, hasta hoy este 2021, una línea del tiempo sin solución de continuidad: el agravio permanente de los derechos fundamentales de todo un pueblo al que la potencia agresora no le reconoce ninguno. Y donde la muerte ya sea en forma individual, asesinando a voluntad y fuera de cualquier criterio de combate a hombres mujeres y niños, o colectiva, bombardeando comunidades enteras dejando a miles -hombres, mujeres y niños otra vez bajo los escombros. Jenin marzo a mayo 2002, Gaza julio y agosto 2014, son el día a día de la ocupación. Sin que valgan para el agresor los tibios llamados de todos los organismos internacionales que velan -se supone- por la guarda de la Carta de las Naciones y los sacrosantos derechos universales y castigan su vulneración.
¿Sabe el “mundo civilizado”, el hipócrita mundo capitalista y occidental, que en la Palestina ocupada se asesinan niños, niñas y aun bebés de brazos como cosa rutinaria e impune? ¿Y que los israelíes capturan, encarcelan y juzgan bajo régimen militar a niños que lanzan piedras contra los tanques blindados que invaden y agredan su territorio?
Porque lo que claramente hay y pretende Israel con relación al pueblo palestino, es una limpieza étnica. Un crimen superior, más que de guerra, más que los muchos recogidos en tratados como los Convenios de La Haya y de Ginebra que regulan la paz y la guerra y el régimen que debe operar en los territorios bajo ocupación. Un crimen contra la humanidad, el mayor de todos podemos decir. Como el genocidio de los Tutsis en Ruanda. El intento de borrar de la faz de la tierra a un grupo humano al que no se le reconoce el derecho a existir. Extirpar su semilla. ¿Pruebas? Al canto: la ministra de Justicia de Israel Ayelet Shaked, refiriéndose a las madres palestinas: “…deberían desaparecer junto a sus hogares, donde han criado a estas serpientes. De lo contrario, criarán más pequeñas serpientes.” Y abiertamente, esta verdadera seguidora de la ideología del nazismo, llamó a su pueblo a mancharse de sangre palestina. Otra prueba, el hijo del sanguinario primer ministro y general israelí Ariel Sharon -el llamado “Héroe de Sabra y Chatila” por el horror de esta masacre de 2.000 palestinos- llamó a “aplastar a Gaza de la misma manera que fue destruida Hiroshima, mediante el uso de bombas atómicas”. Y en el 2005 un asesor del gobierno israelí Dov Weisglass recomendó recortar el acceso de alimentos a Gaza. Y celebraba festivamente su propuesta diciendo que “no se trataba de producir hambre, sino de poner a los palestinos a dieta.” A su vez, la periodista Diana Magnay de CNN informaba desde Israel en julio y agosto del 2014 sobre los espantosos bombardeos a Gaza, mostrando a su lado ciudadanos israelíes en sillas playeras y ambiente de fiesta, aplaudiendo y levantando sus copas cada vez que un misil estallaba sobre Gaza. Sabían que con cada uno, docenas de palestinos quedaban despedazados.
Sobre tan ominoso estado de cosas que supera todo realce, es contra el que los palestinos se alzan con indiscutible legitimidad. Alzamiento al que la hipocresía del mundo llama terrorismo. Representantes de esa legítima causa, los seis luchadores que desde su juventud purgaban penas de cadena perpetua, enterrados en vida en tenebrosas prisiones exclusivas para palestinos, carentes de todo derecho y desde luego de las declamativas garantías que contemplan las normas internacionales sobre las condiciones de reclusión. Los mismos que en épico acto de amor por la libertad, escaparon de la cárcel de máxima seguridad de Gilboa, hazaña que ya los hace dignos no solo de ella, sino de la admiración que se le profesa a los héroes.
Mahmoud Al Aridah, su hermano Mohame Al Aridah, y dos de sus compañeros Ya´qub Qaderi y Zacaria Al Zubei fueron recapturados. Los cuatro han sido torturados cruelmente por la racista bestia sionista que desahoga en ellos el odio que le produce el amor del pueblo palestino por la libertad, y su lucha por alcanzarla. Zacaria el que más, fracturándole la mandíbula y las costillas no obstante lo cual, no recibe atención médica.
Muestra del valor y la fe que anima al pueblo palestino aun en las más terribles circunstancias del diario suplicio al que lo somete Israel, es el mensaje que Mahmoud Al Aridah envió a su madre y a su hermana en Gaza. “Me hubiera gustado saludarte mamá, y decirte que me esforcé por venir y abrazarte antes de que te vayas de este mundo, pero no pude. Estás en mi corazón y en mi cabeza. Tenía un tarro de miel de regalo para ti.”. Y, quiero decirle a mi hermana en Gaza que mi moral está alta”. Y dijo de su alegría y entusiasmo cuando, golpeado, amarrado y humillado camino al tribunal israelí en la Nazaret ocupada que lo volvería a juzgar, oyó los cánticos de solidaridad de sus hermanos manifestándose.
Cuando le permitieron a Ya’qub Qaderi por fin reunirse con su abogado, dijo: “todo lo que quiero es una copia del Sagrado Corán”, y le contó que “los mejores días de mi vida, fueron los cinco días que pasé al aire libre de Palestina sin restricciones. Vi niños en la calle y besé a uno de ellos. Esta es una de las cosas más hermosas”. ¿Habrase visto expresiones más bellas de espiritualidad y de bondad en personas a las que Israel con la complacencia del mundo trata como brutales terroristas? ¿Podrán serlo?
L.M.L.E.
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