Poder popular y democracia de mierda
El tema, “la democracia”, y, justo, la que tenemos, a lo cual hemos llegado, ha culminado en llegar a ser la puta mierda que es.
Hace tiempo que no escribo. Más de un mes, sin comparecer por Kaos. ¿Será que no tenga temas a comentar o será la inspiración que, a estas alturas de mi devenir, me falla? No, no hace al caso ninguna de las posibles respuestas, pues de temas, dada la imparable y volátil sucesión de las noticias, congruentes o absurdas, que acontecen en el mundo, voy sobrado y, de la inspiración, sé bien que se debe fustigar antes de ponerla en marcha. En realidad, me pasa que ya estoy harto: Mi propensión a escribir y publicar con la ilusión de estar aportando algo que pueda tener valor, sin demandar ni desear consecuentes beneficios materiales relativos al efecto, aun sabiendo que esto es lo más natural, lo genérico y afín a todo aquél que dedique, de este modo, a esas tareas, una parte de su tiempo, es una pasión banal. Por otra parte, escribir con pretensiones de reivindicar la verdad, la justicia o la igualdad, o bien la materialidad de cualesquiera otras ideas, sin poseer la capacidad necesaria de poder de otorgarlas realmente a los demás, tampoco vale de nada. La conciencia de este hecho anula en mí la esperanza de llegar a sentir realizados los frutos de la inquietud que siempre me dominó. Y escribir sobre deseos no me conduce a palpar la realidad, sino a la frustración de verme insumido en ellos inútilmente.
Otro tanto me acontece últimamente con la pasión de hurgar los pensamientos ajenos vertidos en medios alternativos como Kaosenlared: A medida que los siento como propios, según me introduzco en ellos, se diluye mi interés hacia los mismos, hasta el punto de que este decaimiento acaba por transformarlos en puros discursos vacíos. Y es que, en fin… Desde ambos aconteceres pienso que he llegado a la vejez. Valga de prueba este ejemplo:
Si en otro tiempo, no muy lejano, leyese que «Poder Popular es la democracia real, directa, efectiva, participativa del pueblo soberano, no sólo para atender problemas prácticos puntuales sino para definir y controlar la implementación de políticas macro a nivel nacional, e incluso internacional», enseguida pondría en marcha mi comentario dónde contextualizar que sí, que sólo el poder popular es garantía democrática, pero no de democracia como de la que se dice que goza España, la cual desde su ilusoria y falsa partida transicional ha culminado en llegar a ser la puta mierda que es. Y no afirmaría tal por el olor pestilente que deprenden en todas partes, a donde quiera que arriben, sus dignos representantes, ni siquiera porque en hoy día resulten asquerosamente incongruentes las democracias con un rey como cabeza del Estado –no elegido por el pueblo, sino por el prevaricador mandato de un dictador, execrable, al parecer–, sino porque me sobran y bastarían como pruebas contundentemente firmes de semejante inmundicia democrática, las formas de gobernar o prácticas políticas de sus secuaces, colaboradores íntimos y de aquellos otros administradores que, por ser de escalafón más bajo, se atribuyen denominaciones supuestamente populares.
Y todavía trataría de reforzar mis razones con una explicación concisa de cómo se ha llegado a tal situación degradante: Después de aquella breve ilusión, cocinada a cargo del P. C. E. en tiempos de Transición, anteriores al acceso del P.S.O.E a sus gobiernos de España, inmediatamente, en apenas unos meses, la ilusión se derrumbó estrepitosamente. ¿La causa? La frustración de la mayoría cualificada en la dirigencia del partido comunista, en ocasión de su sonora derrota en las elecciones de 1982. El Partido se veía reducido a la mínima expresión en el reparto parlamentario de aspirantes al cargo. Ante la realidad, las ambiciones, seguidismos, o quizás fidelidades menos ocultas, sobraron, hasta visibilizarse descaradamente por las mayores alturas de los cargos interiores…
A mediados de 1983, durante el debate del Comité Central, publicado en el “Mundo Obrero” de entonces en números sucesivos[1], ya había quedado claramente reflejado que el Partido se veía abocado sin remedio a la ruptura y división en facciones irreconciliables, y que en breve conducirían: De una parte, mayoritaria, a la descomposición del PCE, a través de su inmediata reconversión en Izquierda Unida (por cierto que, ya más tarde, esta misma quedaría destinada a ser diluida en el actual Podemos); de otra parte, pero sustancialmente significativa, se decantarían por la Unidad Comunista liderada por Santiago Carrillo, desde donde sus seguidores darían en conformar las filas del Partido de los Trabajadores de España y desde aquí, finalmente, a falta de expectativas políticas más seguras, aconsejados por su líder, los militantes, los más notables u otros, acabarían por ser impulsados a militar en el P.S.O.E. y ya en una tercera parte –quizás la más variada, variopinta o minoritaria, pero de no menor condición comunista– podrían encuadrarse aquellos que hoy se conforman en las filas de partidos comunistas menos importantes de lo que había sido el P.C.E., tales como el PCPE, Corriente Roja u otros.
No obstante, volvamos a lo que importa: El tema, “la democracia”, y, justo, la que tenemos, a lo cual hemos llegado. Pues bien: Ya al poco tiempo de darse aquel tipo de ilusión transitoria, fundamentalmente a cargo de un partido comunista bajo el control –entonces disimulado a los ojos de una plebe adormecida, entre medias temerosa y otra mitad expectante ante esperanzas de cambio– de la derecha franquista, y en el mismo “Mundo Obrero” (de la fecha ya indicada) se recogía el extracto de una conferencia de Juan Francisco Pla en la que se valoraba positivamente la reciente participación comunista en la gestión de la nueva política municipal democrática, en conjunción con el PSOE de Felipe González. Se trataba de esbozar “los objetivos que nos plantemos los comunistas en este próximo periodo” (que, en suma,) “son defender lo conseguido desde 1979 y avanzar hacia nuevas cotas de eficacia, democratización, descentralización y gobierno participativo…” Y, aunque tratando de justificarla como “la opción más progresista posible” bajo la consideración previa del Comité Central, se reconocía que: “En casi todos los casos, es cierto que el resultado de esta colaboración –en referencia a la conjunción de socialistas y comunistas– es una acción municipal mas recortada que la que consideraríamos idónea, pero es igual de cierto que, en la mayor parte de las veces, esa acción va mucho más allá de la que, en términos reales, seríamos capaces de hacer y conseguir nosotros solos.”
En continuidad, a pesar de lo dicho, Pla aseguraba que “la especificidad de la gestión comunista en los Ayuntamientos debe ser el exponente de nuestra capacidad de gobierno, pero también de nuestras propuestas alternativas, en términos que superen el ámbito municipal.”
“Para ello habrá que conseguir, en primer lugar, una homogeneización en todos ellos.” De modo que cuya acción homogeneizadora –abarcando todo tipo de aplicación de decisiones e injerencias políticas, incluyendo en ellas las de carácter gubernativo estatal, en beneficio de la población– dé como resultado la intervención general activa de las políticas municipales en la gestión directa del Estado. Porque: “Los comunistas –según Pla– concebimos los Ayuntamientos como a una parte del Estado, y nuestra presencia en ellos responde a nuestra voluntad de transformar la sociedad desde su misma base y del propio aparato estatal.”
Sin embargo, hacia el final de su conferencia, el mismo camarada situaría su autocrítica a la gestión municipal comunista por la forma, aún reciente, de gobernar; en su opinión ya “muy deficiente, en casi todos los casos”, pues se debería haber gobernado “no sólo con los cargos públicos, sino con todo el Partido y con la mayor parte posible de la sociedad.[…]./En la práctica […] La mayoría de los órganos de dirección local apenas discuten de los asuntos que se dirimen en el Ayuntamiento, dejando a la representación comunista que se las arregle como mejor entienda.” Pero con ello, tampoco dejaba Pla de enfocar su criterio hacia la actividad e intervención del Partido en la práctica de los movimientos sociales, en la lucha permanente por la hegemonía y en el deber de plantearla, impulsarla y mantenerla “en cada una de las relaciones y situaciones políticas, sociales y económicas.” Y así, aunque también al tiempo en que demandaba la necesidad de conseguir que el militante comunista llevase a los movimientos sociales la impronta de los planteamientos, específicos y diversos, de transformación social, lo mismo finalizaba apuntando que, además de la ocasión inmediata que se le ofrecería al Partido para movilizarse por estos objetivos –de forma general y no sólo en el marco de cada Ayuntamiento–, “el Parlamento tiene que abordar la legislación democrática que rige la vida municipal y que en la actualidad sigue siendo la franquista con alguna enmienda coyuntural o parcial realizada por UCD.”…Y gobiernos sucesivos, cabría añadir ahora.
Y hasta aquí, lector de Kaos, hemos llegado, gracias a Juan Fco. Pla. Sin embargo, retornando hacia el principio de nuestra disquisición ¿es eso que nos decía Pla[2] la democracia que da el Poder Popular? Por supuesto, él mismo, si bien simula desearla, que dándose en lo formal, lo niega rotundamente en la conclusión. Según yo lo interpreto, todo su discurso, que acabo de comentar, ha sido la crónica adelantada de esta otra a la que hemos llegado, de IU y Podemos coaligados al PSOE… ¿Cuasi profético? Sí, igual que asaltar los cielos para poder disfrutarlos, sentados justo a la vera de Sánchez y su Gobierno.
En cuanto a la inspiración, que al comenzar este escrito me inquietaba: Bien pensé que no hallara consonante, y he aquí el final de mi soneto.
[1] Véase partir del N. º 236 del 8 al 14 de julio de 1983. Año V.
[2] Léase en el N.º citado del citado “Mundo Obrero” de la nota anterior.