Qué solos se quedan…

Por Iñaki Urdanibia

« No lean, como hacen los niños, para divertirse o, como los ambiciosos, para instruirse. No, lean para vivir […] Se puede juzgar la belleza de un libro por el vigor de los puñetazos que os ha dado y al tiempo que habéis necesitado para recuperaros»

                               Gustave Flaubert

« Los malos libros son aquellos que nos dejan la cara y el estómago intactos. En general, venden más por eso mismo, pero no nos tiran a la lona. Cumbres borrascosas nos tira a la lona. Guerra y paz nos tira a la lona. Cualquier gran libro nos tira a la lona y le quedamos agradecidos por eso, puesto que vivimos a ras de tierra y no logramos levantarnos del suelo sin ayuda. Esto es difícil de explicar, pero espero que hayáis entendido ».

                                   Antonio Lobo Antunes

En contra de lo que dijese el título de la novela de Mempo Girardelli, no son los muertos lo que se quedan solos, ya que muertos están y no sienten la soledad, ni frío, ni calor. Son los vivos quienes sienten la pérdida de sus seres queridos, de sus amigos, de sus conocidos, y de manera especial les corroe en no pocas ocasiones el vacío que supone el haber dejado cosas pendientes, asuntos por tratar, palabras sin decir que se juzga oportunos el haberlas pronunciado y que tras la desaparición del otro se quedan en el aire, o tal mejor en el interior jugando el papel pelma de un pepitogrillo que no cesa de recordar lo que debería haberse hecho y no se hizo. Cuántas veces los encuentros con antiguos amigos concluyen con un tenemos que vernos o a ver si quedamos que luego queda en meras fórmulas incumplidas ante la pérdida de rastro de la vida del amigo, y la más brutal pérdida de la vida. Esa necesidad de despedirse, de dejar las cosas cerradas, entra dentro de aquello que Boris Cirulnik califica de resiliencia como la capacidad de superar las experiencias traumáticas. En el caso que nos ocupa ha de tomarse la muerte en sentido amplio ya que puede ser asimilada al fina de una unión, a una separación, etc.

Nueve relatos de Bernard Schlink (Bielefeld, 1944), recogen su «Los colores del adiós», editado por Anagrama, en los que se presentan diferentes casos en los que, por uno u otro motivo, falla la necesaria ceremonia del adiós, quedando un cierto resabio de inquietud, de desasosiego, etc. La cosa va más lejos ya que no es la muerte el motivo central de esos silencios culpables, sino diferentes separaciones y malentendidos que hacen que los recovecos del alma se vean carcomidos por la culpa, por las dudas, lo que hace que el muestrario expuesto por el autor se convierte en un verdadero tratado de las pasiones humanas: el amor y el desamor, la amistad, los secretos, las mentiras, los disimulos que ocultan las verdaderas causas de algunos comportamientos, los ocultamientos y las versiones interesadas etc. , todo ello en un cruce de sentimientos, que conducen a una confusión de éstos y de la razón, o las razones, sin obviar que como decía Pascal, el corazón tiene razones que la razón no alcanza que la razón no entiende.

Si ya anteriormente el escritor germano había demostrado su potente literatura en El lector, en un peliagudo balanceo entre la atracción y la culpa, hurgando en las heridas de lo historia, o en su El fin de semana, en la que el reencuentro de unos amigos sirve para la confrontación entre ellos sobre el recuerdo, el odio, el olvido, el rencor, la amistad y la hipocresía, ahora en la presente penetrando en la intimidad de los personajes y sus relaciones nos provoca inquietud y desasosiego que nos son contagiados por los protagonistas de las historias, en ese sentido el escritor hace bueno aquello que dijese Kafka « pienso que sólo debemos leer libros de los que muerden y pinchan. Si el libro que estamos leyendo no nos obliga a despertarnos como un puñetazo en la cara, ¿para qué molestarnos en leerlo?[…]Lo que necesitamos son libros que nos golpeen como una desgracia dolorosa, como la muerte de alguien a quien queríamos más que a nosotros mismos, libros que nos hagan sentirnos desterrados a los bosques más remotos, lejos de toda presencia humana, algo semejante al suicidio. Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros» [se ve que hoy tiendo a las figuras relacionadas con los puños] , y es que las historias nos mantienen en vilo y nos hacen que la simpatía (sin pathos = padecer con)hacia los personajes nos resulten inevitables.

Si en los dos últimos nombrados Schlik arrojaba una afilada mirada a la memoria de su país, en la presente ocasión el centro de gravedad penetra en el interior de personas que han sido raspadas por la vida, sin evitar, en algunas ocasiones, el telón de fondo de los tiempos modernos alemanes y las huellas que dejan en la mente de algunos de los personajes presentados en su, bien delimitada, psicología.

Así vemos a un par de científicos que pusieron en marcha en la RDA la investigación en el campo de la cibernética y de la inteligencia artificial; uno de ellos, Andreas, que había intentado salvar el muro para trasladarse a la otra Alemania, fracasa en su intento debido a que su plan es descubierto; cuando fallece, su hija, Lena, con el pretexto de escribir un trabajo sobre el grupo de investigadores al que perteneció su padre se pone en contacto con el amigo para entrevistarle al tiempo que le desvela su intención de consultar los archivos de la Stasi, a lo que éste se muestra reticente ya que teme que se descubra una acción suya que mantuvo en secreto al muerto y al resto de los mortales. Un hombre que ayuda a una chica en sus estudios, Anna, siente una atracción hacia ella, mas ve que ésta mantiene relación con algún chico que sospecha que no es oro de ley, l final la vida de la chica acaba mal, y él es interrogado por la policía para saber si desde su ventana ha observado lo que sucedió. Un joven es acogido en el grupo de amigos de una joven rica, Suzanne, que le invita a su casa, en la que conoce además de a su cariñosa madre al hermano de la joven, Eduard que anda en silla de ruedas. Con él establece una estrecha amistad, pero no logra el amor de Suzanne; sintiéndose atosigado se marcha a EEUU, hasta que de vuelta es invitado a dar una conferencia y allá se da el reencuentro con Suzanne ya casada…Una mujer, Sabine, es abandonada por su marido, Michael, que había sido célebre alcalde la ciudad y que repentinamente deja de presentarse a la reelección, al irse con la au pair que cuidaba de sus hijos, Milena, y con ella rehace su vida. Un día ésta aparece en casa de la abandonada y le dice que Michael quiere verla ya que tiene un cáncer y que va a morir en breve; tras muchas dudas la mujer asiste a ver a su ex y allí en medio de la charla y la petición de perdón, le entrega un regalo familiar. Una pareja de divorciados; Theresa y Bastián, se conocen en clase de yoga y se van a vivir juntos, ella tiene una hija, Anna, que hace buenas migas con su padrastro, ya que éste es amable y le ayuda en los estudios. La chica le plantea dudas acerca de sus tendencias sexuales, y al final se une en matrimonio con otra chica, Sylvie, e intentan tener hijos por inseminación artificial, fracasando una y otra vez; en un viaje que realizan Bastián y Anna a esquiar, se da una situación inesperada y traicionera. La chica queda embarazada y Bastián recuerda casos de incestos en diferentes libros: de Max Frisch, y en algunas historias de la Biblia…Una madre y su hijo se van a una isla, ella a reponerse de una enfermedad, tras un accidentado viaje llegan al lugar y allá en el hotel el chico se relaciona con una par de chicas que le proponen algunos juegos eróticos, a la vez que le dicen que su madre se lo hace con un huésped del hotel; el viaje supone para el joven una iniciación en campos hasta entonces inexplorados al tiempo que descubre aspectos completamente desconocidos de su progenitora. Un hermano se entera del suicido de su hermano, Chris, y su consorte, Dina, por medio de una sobrina que vive, igualmente, al otro lado del charco. Los dos hermanos hacía tiempo que no se veían, y el final de Chris va a hacer al otro rebobinar la historia de su relación, con música de fondo de Elton John. Un señor septuagenario para, demostrar que no tiene miedo a envejecer organiza una gran fiesta multitudinaria que le va a provocar un cúmulo de recuerdos y una tendencia notoria a tratar con mujeres. Finalmente, como se dice a la vejez viruela, un señor seduce a una joven, que a su vez seduce al caballero, siendo la diferencia entre ambos grande…Beben y viajan juntos y el caballero declara tener una suerte enorme y se siente cercano al séptimo cielo.

No me importa repetirme al señalar que la mirada de Bernhard Schlink penetra en lo más hondo de las mentes y los sentimientos de los personajes, acosados por constantes dilemas morales; «cuántas veces de lo verdadero surge algo equivocado. ¿Por qué entonces, de la misma manera, no va a surgir de algo equivocado algo verdadero?»

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