
¿Quién se preocupa por la libertad?
En nuestros tiempos los pueblos del mundo están preocupados por la libertad y con toda la razón, porque en muchos países ni se puede salir de casa con la excusa (hoy) de la pandemia. Mañana, ya veremos cuál es
En nuestros tiempos los pueblos del mundo están preocupados por la libertad y con toda la razón, porque en muchos países ni se puede salir de casa con la excusa (hoy) de la pandemia. Mañana, ya veremos cuál es la que sirve para echarnos a más de nuestras casas y de nuestros empleos; reducir más nuestros salarios, hipotecarnos de por vida, o acabar con este o aquel de nuestros derechos centenarios tan duramente conseguidos.
Los capataces del Nuevo Orden Mundial en Parlamentos, instituciones y medios de toda clase, no crean, también se interesan por la libertad, pero por la suya la de los “mercados”, pues esta es la única que preocupa al orden de los mercaderes. Por desgracia, cada una de sus libertades significa una menos de las nuestras.
Las libertades políticas, sociales, laborales, cívicas, culturales, educativas, informativas, creativas, se permiten y apoyan solo en la medida que son útiles a mercaderes y mercenarios. Y si no lo son, siempre encuentran “los mercaderes” el modo de eludirlas, de empequeñecerlas, de hacerlas sospechosas o de suprimirlas. La excusa puede ser el terrorismo, un virus, una guerra, o una emergencia cualquiera, el caso es que las libertades de los pueblos siempre andan cogidas con alfileres, y al menor soplo, el viento de la Historia se las lleva. Y es que los pueblos ya no son los protagonistas de la Historia, sino las víctimas de quienes la cuentan y organizan desde las altas instancias de los poderes mundiales.
Miedo y mentira como armas mentales
Y en estos tiempos de oscurantismo global y de facilidades tecnológicas para contar cosas, vuelan las noticias falsas que promueven los magnates, los políticos a su servicio y los medios desde su puesto correspondiente en la pirámide para justificar lo injustificable.
A través de infinitos canales de defecar información basura, se desprecian, censuran o se ignoran las voces discrepantes que cuestionan el orden de los mercaderes, que se basa en la dominación, la corrupción, la mentira, la muerte y la explotación de las gentes. Y mentiras repetidas sistemáticamente se cuentan a diario hasta el hartazgo para que se transformen en las verdades oficiales.
Caminamos, pues, hacia estados policiales de nuevo cuño, más “orwellianos” y “huxleirianos” que hitlerianos o franquistas. Se pretende que los ciudadanos estén sofronizados por el miedo, la televisión y la información envenenada. El miedo, es junto a la mentira, dos poderosas armas de la oscuridad en todos los niveles: los físicos, los mentales y los espirituales.
¿Quién habla por ahí?
En este horizonte al que se nos quiere conducir- y los ensayos no cesan- a cada uno se nos quiere tener controlados para servir al Sistema, para saber el grado en que uno le sirve y para saber si uno está a favor o en contra. A menudo va en ello un posible ascenso o descenso laboral, un despido, o simplemente el entrar en la lista de los sospechosos o de los prescindibles. A cada ciudadano que hable por libre se le identifica con suma facilidad en cuanto no coincida con lo que debe decir según la versión oficial. Y si un individuo es demasiado activo en su terquedad opositora, y por ellos se convierte en símbolo de rebeldía ante la mentira, la opresión, la inmoralidad, la explotación y tantas de las sucias caras del Sistema, se le puede incluir en otra lista, en la del terrorismo, o en la que convenga como cargo de culpa, aunque sus culpas no sean otras que las mencionadas. Y es notoria en estos casos la amistosa colaboración entre política y clero a la hora de juzgar disidentes. A Jesús de Nazaret, a Sócrates y a miles más, se les acusó y asesinó por decir la verdad. ¿Cuántos más habrán de venir aún? Sin embargo, la verdad es como el aceite. Siempre sale a la superficie. Y sus defensores, vuelven y vuelven a contarla, porque la verdad es sagrada lo mismo que la libertad.