Santiago Alba Rico y la farsa del pensamiento político

Cuando hoy, antes de salir a la manifestación contra uno más de los tantos desahucios con que el estado capitalista paga a sus trabajadores, repasaba al aire libre, entre árboles bajo rocío a las seis de la mañana, el análisis de M. Husson sobre el cambio del carácter progresista de las fuerzas productivas bajo el capitalismo, dictado por la necesidad de negar ahora el avance social para poder mantener la productividad del trabajo, entonces no sabía que me encontraría con un texto tan trágico, falso y apocalíptico como el de Alba Rico”[1]. La incomprensión de la realidad capitalista – en singular – se les antoja a los filósofos contemplativos como un conocimiento sensato.

Ya no existen los filósofos de pura raza, hay que buscarlos con ayuda de luciérnagas. Ya no piensan la realidad, sino la inventan a imagen y semejanza de su imaginación contaminada. Los filósofos posmodernistas – a la cabeza con Z. Bauman –  no atinan a ver en el poscapitalismo que pregonan el fin del capitalismo. Parece más interesante, no obstante, no tanto la prevaricación en sí misma del filósofo español, como su contraste con algunas de las singularidades de la decadencia global del capitalismo  y sus coletazos mortales sobre los nichos de la periferia. Tomemos el pie forzado del filósofo, como en las controversias de los juglares del campo cubano.

A Santiago Alba Rico las revueltas sociales de Túnez, Egipto, Libia y ahora Siria se le han antojado “despertares revolucionarios” de pueblos oprimidos por dictadores crueles y no, como se le antoja con las revueltas sociales en Europa, explosiones de “consumidores fallidos”. Enredado en la madeja de la ambigüedad ideológica, ya no se sabe de qué habla el filósofo. ¿No sería acaso el estado de pobreza tunecina o egipcia – algo que no existía en Libia, para embarazo de Alba Rico – una otra expresión del “consumo fallido”, ese que no ha sido, y que se ansía, es decir, nada que ver con despertares revolucionarios de clases oprimidas? Asido a categorías cognitivas políticas posmodernistas el filósofo navega en el falseamiento de la realidad, dando por bueno el positivismo político del pensamiento con ansias de neutralidad ideológica. Ya nadie impondrá ideologías, nos cuenta, aunque sigamos siendo testigos y cada vez más víctimas de la imposición ideológica del capital.  Alba Rico no sabe lo que es “el capital”. Es imposible que lo conciba a lo Marx, como la expresión de un sistema de relaciones sociales de producción e intercambio explotador del trabajo social en beneficio privado. Pareciera que a la imaginación del filósofo se le queman las alas cuando se acerca al sol.

El filósofo entra en trance y nos hace otros variados cuentos. Veamos, que el estado de bienestar, ese constructo político erigido sobre la lógica de reproducción capitalista del capital (no hay redundancia en esta expresión), no ha sido más que, optimista o pesimistamente viéndolo, un “hedonismo de masas”. Es raro en un filósofo el desdén por el saber. La capacidad de compulsar el progreso social demostrada por el desarrollo de las fuerzas productivas del capitalismo se tacha creyendo en algún poder sobrenatural de la tecla del ordenador.

El avance social bajo el capitalismo industrial es un hecho, pero es un efecto colateral, insostenible por definición. Vayamos tras las pistas que despistan, y no debieran, al filósofo español. La crisis actual del capitalismo (anotada su explosión, no su trayecto, en 2008), pudiéndose inscribir muy bien en el análisis de las ondas largas de Kondratiev, es decir, en ese “ciclismo” de largo alcance al que empíricamente no ha escapado la reproducción capitalista del capital (hablamos de ciclos largos de 100 años mediados por ciclos medianos y cortos de 50 y menos años respectivamente, a grosso modo expuesto), llega a mostrar algo relevante: los indicios del agotamiento terminal de la capacidad que ha tenido hasta hoy el modo de produción capitalista para compulsar el avance social a través del desarrollo de sus fuerzas productivas. En pos de lograr la dinámica de la productividad del trabajo capaz de mantener los niveles de acumulación que el capitalismo necesita para su reproducción como sistema de producción e intercambio, se necesita ahora deprimir estructuralmente el avance social. El llamado estado capitalista de bienestar social, en tanto expresión del avance socioconómico de sus sociedades – innegable cognitivamente a pesar de la miopía de los filósofos existencialistas -, viene a ser cuestionado por la agudización de una contradicción inmanente a la reproducción capitalista del capital. Aunque quisiese, no puede.

El “hedonismo de masas” nunca ha existido, no se lo puede permitir el capitalismo. Confundir el estímulo al consumo que necesita el modo de producción y reproducción capitalista, llamado popularmente consumismo  pero identificado como el «fetiche de la mercancía» por Marx, con hedonismo alguno no refleja más que el carácter raccionario de pensamientos como el del filósofo Alba Rico. Filosofando sobre la forma se tiran mantos de nubes sobre la cosa.

Si se toma un caso de estudio como el de la sociedad brasileña, se puede observar con nitidez lo que se da igualmente al interior de las típicamente reconocidas sociedades de consumo europeas: la concentración de la renta, característica cada vez más asentuada dentro del capitalismo, viene a sustituir al “consumo de masas”. Es decir, cada vez menos gente consume más o en proporción suficiente como para no bloquear la reproducción del capital. Ese fenómeno es inestable por la maldición de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Lo que importa corroborar es que la reproducción capitalista del capital no es directamente funcional a  la reproducción social, sino a la acumulación de los dueños del capital. El 50% de los brasileños no consume, literalmente, subsiste con dolar y medio percápita diario. La economía de Brasil crece y se sitúa, según el PIB, entre los países más “desarrollados” industrialmente del mundo. Se le considera, escuchamos, una potencia emergente. El 50% de la población le es innecesaria al modelo de acumulación y “desarrollo” económico brasileño.

Desplazar el consumo interno vía exportaciones funciona como un subterfugio de la acumulación capitalista, siempre en el interés de su dinámica, subsidiariamente en beneficio social. Hoy es el caso típico de China. No por ello es apropiado concluir que de esas exportaciones disfruta en otras latitudes un “hedonismo de masas”. Todo lo contrario. Basta con observar el problema en la línea de las relaciones entre Alemania y los países “cerdos” de la UE, España, Portugal, Grecia, Irlanda y cada vez más Italia. El país que importa trabaja para la acumulación del que exporta[2]. Los “mileuristas” españoles, aprox. el 70% de los trabajadores en el tiempo mismo de la “bonanza”, nunca han podido componer masa hedonista alguna, con tales salarios conforman el espectro de la working poor clas. El salario disponible, la categoría real del poder adquisitivo, de un mileurista se situaba – digo “situaba” porque ahora con casi 5,5 millones de parados y el despojo del estado de bienestar, llegar a ser mileurista es un sueño dorado -, en el umbral de la subsistencia.

Por el interés cognitivo del fenómeno expuesto, es importante para el pensamiento crítico de la izquierda socialista cubana tomarle el pulso a lo que podemos considerar megatendencias del desarrollo capitalista. Si el camino conduce finalmente al abismo, tomar una senda alternativa es de sabios, no por el artismo de la filosofía, sino por la necesidad del desarrollo social sostenible como horizonte de largo alcance. La falacia, cada vez más popular en Cuba, acerca de que el camino más corto hacia el socialismo es el capitalismo, viene de la mano de intereses espurios, no sólo dentro de Cuba, sino allende sus fronteras.

Puntuemos lo que a juicio del sentido común en la izquierda socialista necesita ser observado, entendido y seguido. El capitalismo económicamente avanzado posee un potencial autónomo de progreso técnico, capaz de propiciar una supuesta alta productividad del trabajo. La mobilización de ese potencial choca ya, sin embargo, contra tres barreras[3]:

  • La insuficiencia de la acumulación (¿cuánto más se puede exprimer a una gallina?) frena la proliferación de nuevos equipamientos y máquinarias así como la rápida regeneración de las reservas de capital[4];
  • El avance de la superposición entre la industria y los servicios hacia el mismo centro del aparato productivo provoca la caída de la productividad global (los servicios, cada vez más crecientes,  son menos productivos y tiran hacia abajo a la productividad global);
  • La insuficiencia dinámica de la demanda (¡vaya hedonismo de masas!) refuerza el fenómeno anterior, y añade el factor del desface del consumo con respecto a la oferta productiva, lo cual a su vez se da por la rigidez de la demanda ante los precios de los nuevos productos y, al mismo tiempo, por el desplazamiento de la demanda social de los bienes hacia los servicios, esfera esta de menor productividad del trabajo.

Anotemos estas tres contradicciones puntuadas, porque no por “invisibles” a los ojos dejan de ser objetivas e insalvables dentro de la lógica de reproducción capitalista del capital. La agudización de estas contradicciones hace imposible alimentar el progreso social que hasta “ayer” resultaba del desarrollo de las fuerzas productivas. Alta productividad global del trabajo y acumulación dinámica permitían mejores salarios y mayor consumo. Las relaciones se han invertido. Desde 1975 la tendencia es la disminución de la participación del salario en el PIB y el correspondiente aumento de la participación de las ganancias capitalistas. El fenómeno es observable y sensible incluso en sociedades como la alemana, donde las llamadas clases medias han visto disminuir su nivel de vida con respecto a los años 60 del siglo XX.

Ya no es inverosímil plantear que estamos en el umbral del agotamiento terminal del modo de producción y reprodución capitalista. El fenómeno de la financierización de la economía en periodo de crisis, no siendo algo nuevo (lo prueban los análisis de las ondas largas del capitalismo), con su crudeza nos habla hoy del final del paradigma de la economía de libre mercado. Sin embargo, no porque así lo constatemos analíticamente el paradigma dejará de existir como punta de lanza de la ideología burguesa, esa que se niega a reconocer como real y hegemónica el filósofo  Alba Rico sólo para negarnos que el ideario alternativo, es decir, la ideología emancipatoria marxiana, pueda ser alimento de la acción revolucionaria conciente, no la descripción existencialista de la realidad. Sin esa acción revolucionaria de clase el paradigma no caerá. Es todo lo que demuestra el “amanecer dorado” de la revolución bolivariana de Venezuela que los “espejuelos” mal graduados del filósofo no le permiten ver. Allí han ganado una y otra vez las elecciones las fuerzas sociales revolucionarias, allí tiene lugar, no por exótica geografía sino por la lucha de clases,  el desmentido histórico a la falacia reaccionaria del filósofo español, cuando nos dice que: “ningún amanecer dorado ganará las elecciones”.  La ha ganado la izquierda radical con Syriza en Grecia – ¿quien lo diría hace apenas un año? -, aunque esta vez el terror mediático y la triquiñuela electoral le hayan quitado la mayoría parlamentaria. La han ganado en Islandia, poniendo a banqueros en los banquillos de acusados, repudiando la deuda, y plantando una Constituyente desinfectada.

Alba Rico llama al descreimiento en la subjetivación revolucionaria de las mayorías, esas mismas que, con conocimiento de causa política y definición ideológia, llama a organizarce Julio Anguita hoy mismo en España. Alba Rico trabaja como punta de lanza de la reacción derechista cuando expresa que “Frente a estos movimientos agresivos y frente al retroceso de democracia, la dificultad para creer nos salva de los fascismos clásicos, pero inhabilita también, como alternativa viable, a las izquierdas tradicionales. La reacción “natural” en el interior de este modelo, la más saludable, la única posible, es el 15-M y sus indignados descreídos y solidarios, reverso ético de la mercancía y sus hechizos” (subrayados mios).  Pocas veces se logra en un escueto acápite inyectar tanto desparpajo mental y veneno ideológico. La filosofía venida a menos.

Hablar de descreimiento en los “indignados” es ignorar que el descreimiento es en el capitalismo, aunque no madure aún una conciencia colectiva sobre la alternativa necesaria. Alba Rico contamina falazmente toda la importante evolución del pensamiento político hacia el seno de los “indignados” que ha tenido lugar en breve tiempo, desde el primer arranque en Puerta del Sol hasta el sol de hoy. Alba Rico intenta enturbiar los procesos de toma de conciencia política, eso que llamamos desde el marxismo conciencia como clase en sí. Los “indignados” son esa masa de asalariados que no ha cambiado su estatus proletario desde el nacimiento del capitalismo. Afirmar, sin embargo, que la única reacción posible es la de la indignación, se inscribe en el programa político de la derecha, del estado burgués español y del establishment económico-financiero de la UE. No tenéis otra opción que la de  indignarse y rabiar – musitan por los pasillos en Bruselas y gritan “que se jodan” desde la bancada franquista del Parlamento español.  Alba Rico llama izquierdas tradicionales al credo político que por oportunismo ha sabido reñirse ideológicamente desde su institucionalismo político con el pensamiento que le ha quedado a su izquierda. No han sido ni son izquierdas por tradicionales que se les quiera etiquetar, sino variaciones oportunistas del pensamiento derechista sempiterno. Es así desde que la socialdemocracia, esa corriente ideológica que en su origen apuntaba al socialismo por vía democrática, decidió tomar el susodicho “camino más corto”. De eso, ahora saben más que antes  los “indignados” que pretenden mantener en el limbo ideológico filósofos como Alba Rico. A filósofos escépticos como Negri y Hardt le ha bastado el instinto de izquierda que no le late al español y se han sumado a la intelección de los motines  en las plazas españolas, a entender y  reforzar el sentido político de la indignación.

Alba Rico ignora por descreimiento ideológico o por hedonismo mental los condicionamientos políticos que ameritan ser objetivos de programas de una fuerza alternativa posible hoy mismo en la propia España. Pero, para desaliento de aves de mal agüero, no los ignora la dinámica del debate político en el seno de los movimientos sociales que se arremolinan en España y en Grecia, donde, lejos de algún etéreo “reverso ético de la mercancía y sus hechizos”, ya se discute sobre una constituyente democrática, sobre una nueva ordenanza electoral, sobre el repudio de la deuda, sobre el retorno a la banca pública, sobre la república, es decir, sobre el contenido político del grito indignado de democracia ya. No es la fuerza social que en Venezuela, Bolivia o Ecuador “ha ganado elecciones” revolucionadoras – esas que extrañamente pierden las fuerzas de las supuestas primaveras árabes autenticadas por el filósofo español -, pero no es la Multitud posmodernista que creían haber descubierto los mismos Negri y Hardt, es lucha de clases, Alba Rico, «no os asombréis de nada». Lucha de clases tal como lo reivindican pensadores no precisamente marxistas como N.Chomsky, V.Navarro o lo reconocen, ante las crudas evidencias,  oligarcas letrados como W.Buffet. No porque la ideología burguesa hegemónica haya hecho desaparecer la “terminología” ha desaparecido, según Marx y la historia, esa fuerza motora de los cambios históricos.  No por espontánea que llegue a ser deja de expresar la lucha entre el capital y el trabajo. El capital en manos capitalistas y el trabajo en las manos de los trabajadores.

En su arenga con ínfulas de alerta sobre el destino manifiesto bajo millones de prevaricadores Alba Rico se desliza hacia el cinismo político, cuando en singular cantinfleo verbal intenta distinguir que la explotación del trabajo ha aumentado brutalmente, sin reconocer en qué consiste la explotación del trabajo por el capital en manos capitalistas. Con populismo tan nietzscheano como risueño, sin advertir sobre la toma o no de conciencia del trabajador asalariado como clase en sí,  el filósofo nos cuenta que “las víctimas del trabajo no son trabajadores explotados”, sino algo menos que ellos mismos cínicos “consumidores fallidos”.  Desde la impotencia de intelectual a buen recaudo Alba Rico pide poner “algunos parches”, allí donde se necesita quitarlos para que haga agua el barco capitalista español seriamente averiado. Con Libia el filósofo no pedía parches, pedía la solución final, esa de la que se encargaron los bombardeos de la OTAN cargándose miles de muertes, siempre colaterales.  El espíritu de los «parches» es el que lleva al filósofo a alabar de cuerpo presente en Cuba el dictad del estado de la burocracia sobre el pueblo cubano, esa ausencia de democracia que oprime a la sociedad cubana y trunca el socialismo en el primer territorio libre de América.

El problema es meridiano para Cuba. La transición socialista ya no se decide desde el poder del estado, sino desde la lucha del pueblo por acabar de transformarlo. Una vez tomado el poder del estado, el movimiento revolucionario que lo logra no estableció como programa político la entrega del poder al pueblo. La revolución es de estirpe burguesa no sólo por la ascendencia de clase de sus protagonistas dirigentes. El programa social que ha vertebrado el ideario político del movimiento revolucionario en el poder no daba ni da para plantearse la transformación socialista del modo de producción y reproducción de la sociedad y el estado. No se plantea la plena democratización del capital. Podía ser ello entendible – he fundamentado en otros trabajos – en el periodo de lucha por la consolidación del poder revolucionario ante la reacción de la burguesía despojada y los intereses del poder oligárquico estadounidense afectados, pero no hoy cuando el poder popular revolucionario puede consolidarse sólo a través de la radical transformación socialista de la sociedad y el estado.

El proceso contra revolucionario de transición capitalista montado hoy de facto por el Partido “comunista cubano” tiene una virtud que no entra en los cálculos de los “comunistas” cubanos: recrea los intereses de clase en lucha por el poder del pueblo y el empoderamiento del trabajo. En esas circunstancias la revolución, a medio camino entre el capitalismo y el socialismo, puede retomar el credo revolucionario y el rumbo emancipatorio. No hay engaños posibles si conocemos el destino capitalista.

RCA



[2] En el capitalismo, bajo las relaciones capitalistas del mercantilismo global, ese círculo vicioso no tiene solución.

[3] Tras el análisis de Husson sobre la paradoja de Solov (“El capitalismo sin anestesia” de M. Husson).

[4] Ha de saberse y tenerse en cuenta el desface empírico de las “curvas del capitalismo”: la productividad, la acumulación y la ganancia, muy claramente distingible como tendencia desde 1975, según las economías más industrializadas. 

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