Errol Flynn en Libertalia

A Errol Flynn le bastaron las dos películas sobre la piratería en las que trabajó con Michael Curtiz para pasar a la posteridad.

A Errol Flynn le bastaron las dos películas sobre la piratería en las que trabajó con Michael Curtiz para pasar a la posteridad como el actor más admirado del subgénero. De ahí que cuando Polanski, citaba las referencias primarias que le llevaron a rodar Piratas, el primer nombre que aparece es el de Flynn y la lista de los que trataron de emular es muy larga. Y es que Errol Flynn fue un personaje un tanto turbio, pero también actor muy particular en un tiempo que no lo fue menos.

Hijo de un adinerado biólogo, Errol Leslie Thompson Flynn (Tasmania, Australia, 1909-Vancouver, Canadá, 1959) se distinguió a lo largo de su vida por su falta de disciplina y templaza. Esto provocó su expulsión de todos los colegios tanto en su país como en Inglaterra, y acabó dejando su confortable hogar para llevar una vida bohemia en la que subsistió haciendo toda clase de trabajos, incluyendo el de capador de reses y de fregaplatos en un hotel. Joven carismático llamó la atención de un productor australiano que enroló en una película sobre la Bounty, y recaló en Hollywood donde hizo diversos “cameos”, el último en una película llamada Pirate Party on Cataline Isle (1936), fue contratado para ser el auténtico capitán Blood. Su hijo trató de heredar el título, pero ya los tiempos habían cambiad, y ni tan siquiera tuvo la fortuna de Douglas Fairbanks Jr., de protagonizar alguna que otra buena película de aventuras.

Errol contó en diversos relatos un recuentos de todas estas vicisitudes  en tres libros de recuerdos más o menos adornados: Beam Ends (1937), Showdown (1946) y My Wicked, Wicked Ways (publicado después de su muerte, en 1959, y que fue traducido al francés como Mes quatre cents coups, 1977). En él se describe sin complejos como un “farsante del mundo occidental”, o como incorregible “libertino, maldito tipo”. Su gusto por el vodka fue legendario. En cuanto a sus romances… En 1937 se anunció su muerte en España.  David Niven cuenta en sus memorias que Errol fue el introductor de la marihuana en Hollywood, diciendo que fue Diego Rivera el que le había iniciado en su consumo. Algunas fuentes han trazado un perfil suyo bastante en línea del Doctor Jekyll y Mr. Hyde. En 1943, en Hollywood, estuvo implicado (y absuelto) en una violación. También se le atribuyeron simpatías nazis que no han sido constatadas, y lo cierto es que tomó parte en las campañas de solidaridad con la República española. Igualmente se le atribuyeron inclinaciones bisexuales por sus relaciones con Tyrone Power y Truman Capote. Fue muy afín al siniestro Howard Hugues.

Su vida –dirá él mismo- sólo fue una “pintura picaresca” que le aportó más satisfacción que toda su carrera. Fue una suerte de Peter Pan, su vida se quemó pronto,  y un año antes de su muerte, estaba en Cuba siguiendo el rastro a Fidel Castro, y declaró: “Por una vez que había un verdadero Robin de los Bosques en el mundo, declaraba, quise conocerlo. Fue entonces cuando sacó a relucir una faceta de productor y de reportero al realizar el documental The Truth About Fidel Castro Revolution y un film sobre el mismo tema Cuban Story, al parecer de escaso valor filmográfico, pero sin duda revelador de unas afinidades castristas idénticas a las de su amigo Ernest Hemingway. Esta opción sería tan denostada que en algunas fuentes la cuentan exactamente al revés.

Todas estas historias no deberían hacernos olvidar que Flynn interpretó más de cincuenta películas, y algunas de ellas realizadas principalmente, por Michael Curtiz y Raoul Walsh o Lewis Milestone, y por cierto, con estos dos últimos interpretó algunos de los mejores alegatos cinematográficos antifascistas de la II Guerra Mundial. Aparte  de un corsario temerario y de un  “Halcón de los Mares”, Errol fue un soldado de fortuna en una notable adaptación de Mark Twain en The Prince and the Pauper, de Willian Keighley, amén del más celebrado de todos los Robin de los Bosques habidos, del que por cierto, se cuenta que se ha comprobado que el que existió no robaba a los ricos para dárselo a los pobres, que eso era una leyenda. Como lo es la que exalta al rey Arturo, el mejor de todos los monarcas conocidos porque no existió. Envejecido (aunque solamente era dos años mayor que Robert Taylor que reinó en el cine de aventuras de entonces),  minado por el alcohol, Errol todavía mostró su talento encarnando sendos personajes en abierto declive en Fiesta (The Sun Also Rises, Henry King), y en Las raíces del cielo (The Roots of Heaven, John Huston, 1958). Tuvo pues una despedida digna.

 

 

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