Millán Astray y la barbarie militar colonialista

En todo debate político y/o social hay un punto previo: el de la información. Sí se trata de discutir sobre alguien como Millán Astray, esta se ofrece básicamente de dos maneras. Una es la de la mitología de la barbarie militarista sobre la que humanidad ha tenido tan trágicas pruebas...

En todo debate político y/o social hay un punto previo: el de la información. Sí se trata de discutir sobre alguien como Millán Astray, esta se ofrece básicamente de dos maneras. Una es la de la mitología, se habla de alguien sobre la base de lo que se ha llegado a decir sobre él y su significado, y en el vacío se puede proclamar no importa qué, por ejemplo, que realizó muchas “obras sociales”. La otra es la de información, y en ese punto existe una extensa bibliografía que limito a dos títulos que me parecen más que suficiente: el Gustau Nerín “La guerra que vino de África” (Crítica. Barcelona, 2005); Sebastián Balfour, “Abrazo mortal. De la guerra colonial a la Guerra Civil en España y Marruecos” (1909 – 1939) (Península. Barcelona, 2002), y más popularmente la película de Alejandro Aménabar, “Mientras dure la guerra”, un éxito de taquilla y pública que nos consagra una visión veraz del siniestro personaje a través de una trama en la que se ilustra todo el significado del grito “!Viva la muerte¡, ¡Abajo la inteligencia!”, palabras que tan bien le representan las haya dicho o no.

Ambos libros (al igual que obras literarias como Imán de Ramón j. Sender o “La forja de un rebelde”, de Arturo Barea), detallan los datos de la barbarie colonialista española en Marruecos, ocultada durante décadas gracias a que las víctimas eran “cafres”, gente sobre la que no hay nada que decir, ni tienen abogados que los defienda. Así, por citar un ejemplo, un medio como el cine apenas sí se refiere a ellos más allá de alguna referencia puntual como las que ofrece títulos como “Dos mujeres” (La Ciociara, Vittorio de Sica, Italia, 1960), la entrada de los “moros” en Barcelona en “Las largas vacaciones del 36”, sin olvidar el final de “Libertarias” (1995) y algunos ejemplos más.

Otra cuestión a tratar –y que plantea lúcidamente Juan Goytisolo en Crónicas sarracinas- es que también existía un racismo abierto, peto también se puede hablar de otro más moderado pero latente entre los propios republicanos en este punto. Y por supuesto hay que ver películas como “Dragon Rapide” (España, 1986) dirigida por Jaime Camino con Juan Diego y Vicky Peña en sendas composiciones de Franco y señora que valen por sí mismo en una obra ambiciosa pero realizada en la más absoluta pobreza. En ella se ofrece un diálogo clave a través de dos conspiradores, y en el uno le cuenta a otro porque Franco era el hombre: “ese hombre” providencial se encontró con el caso de un legionario que tiró al suelo el rancho que le ofrecían, Pues bien, no solamente Franco le obligó a comérselo en la tierra. Es que además luego lo fusiló. Estaba claro: era alguien así lo que necesitaban. Un hombre que tuvo un colega inseparable, el citado Millán Astray ahora reivindicado por algunas decenas de legionarios que siguen viviendo sin trabajar….

Este tal Millán Astray al que las nuevas generaciones quizás desconozcan fue un tipo singular, caracterizado como un personaje «recompuesto de garfios, maderas, cuerdas y vidrios». Su figura quedó fijada para la historia negra de la humanidad el 12 de octubre de 1936. Ese día protagonizó uno de los intercambios de palabras más célebres de la historia gritando: «¡Abajo la inteligencia! ¡Viva la muerte!», para enaltecer la réplica de Don Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca: «Venceréis pero no convenceréis», un enfrentamiento entre civilización y barbarie donde los haya. El cine lo ha recogido al menos en Caudillo, de Martín Patino. Entre sus soflamas caben distinguir algunas “perlas” como esta: ¡Que viva España cada vez más grande! ¡Viva Franco, que al frente de nuestras tropas acabará con la esclavitud ruso-judía! Milán Astray fue un producto de la España militarista y grotesca descritas por don Ramón Mª del Valle-Inclán en Los cuernos de Don Friolera, presumía de innumerables amantes.

La más conocida fue la cantante de cabaret argentina Celia Gámez, que al comenzar dicha guerra, Gámez se encontraba de gira con su compañía por territorio bajo control de la sublevación, al que apoyó durante la contienda. Esto le permitió continuar con sus éxitos y popularidad y le crearon indudable mala fama entre los opositores al régimen. Un tema suyo, «Ya hemos pasao», se burla del «No pasarán» de las milicias republicanas, y con sarcasmo hacia los derrotados a los que trata de «miserables» al tiempo que se autoproclama «facciosa».

Otro cineasta de talento –desaprovechado- y amante del esperpento, Francisco Regueiro, ofreció una lúgubre descripción del personaje en “Madregilda” (1993) describiendo una partido de mús compartida por un grupo de viejos compañeros de la campaña de Marruecos: Francisco Franco (un Juan Echanove enorme), un general legionario de aspecto físico calcado al de Millán Astray (quizás el mejor Juan Luis Galiardo), Longinos (José Sacristán), viejo amigo y asistente del caudillo, y Huevines (Antonio Garnero), páter del regimiento de regulares. Todos ellos guardan oscuros secretos, que poco a poco irán surgiendo a la superficie desatados por la presencia en Madrid de una encarnación de Gilda. Un sueño, una alucinación o mejor una pesadilla que sufrió Regueiro en una España que necesitaba héroes de esta ralea. Pero no fueron estas las únicas referencias sobre Millán Astray en el cine…

Otro fue nada menos que “La Bandera” (Francia, 1935), una de las famosas película “legionarias”. Estaba basada en una novela de Pierre Dumarchais más conocido como Pierre Mac Orlan, poeta, periodista, autor de letras de canciones, novelista, guionista y personaje turbio de ínfulas anarquistas. Una novela que fue adaptada por Charles Spaak, y dirigida por Julien Duvivier, el mismo que más tarde realizó la mítica Pepe le Moko (1937) Pero tales palabras no tenían traducción para las colonias, de ahí La bandera, con título original en castellano. Protagonizada dos de las mayores estrella del cine francés, Jean Gabin y Annabella. Para Millán Astray, este film fue una bendición hasta el punto que aprovechó su fama para llevar a cabo una bien pagada gira de conferencias por Argentina. Allí se encontraba cuando estalló el alzamiento militar de julio de 1936 al que integró nuevamente como jefe al frente de su Oficina de Prensa y Propaganda desde la cual, Millán divulgó incansablemente la imagen de Franco como salvador invencible. Incluso participó activamente de las maquinaciones que culminaron con la entrega del poder total a Franco.

El nombre de Astray aparece visualmente ligado al del último Miguel de Unamuno (1864-1939) en una entrega del serial biográfico “Imprescindibles”: “Unamuno, apasionado” (Rafael Alcázar, 2014) que se inicia con los acontecimientos de Salamanca ya evocados por Patino en “Caudillo”, una pequeña filmografía que culmina en la citada obra de Aménabar.

Se trata de un verdadero momento estelar en la historia del fascismo en el que resurge el Unamuno más auténtico cuando parecía que había muerto en vida. Una fase que le lleva en el verano del 36 a hacer un llamamiento a los intelectuales europeos para que apoyen a los sublevados, declarando que representaban la defensa de la civilización occidental y de la tradición cristiana, lo que causa tristeza y horror en los medios culturales. Llega a aceptar el acta de concejal que le ofrece el nuevo alcalde, el comandante Del Valle que había tomado la ciudad disparando indiscriminadamente.

Pero su insólito entusiasmo por la sublevación pronto se torna en desengaño, especialmente ante el cariz que toma la represión en Salamanca. En sus bolsillos se amontonan las cartas de mujeres de amigos, conocidos y desconocidos, que le piden que interceda por sus maridos encarcelados, torturados y fusilados. ESerá entonces cuando el 12 de octubre, estalla literalmente para desafiar al mismísimo dictador, un gesto que inmortal, sin duda el más resplandecientes humana y culturalmente de todos los que sucedido en “zona nacional”.

Para Unamuno se trata también de un alegato redentor, un gesto que le permitirá pasar a la historia como un personaje en el que el compromiso con la verdad, su verdad siempre individual que podía haber acabado de la manera más triste, a la manera de un Knut Hamsun pero que por el contrario, se cerró con la gloria de haber hecho la primera denuncia de la atrocidad franquista delante de los morros del peor de los españoles.

Una biografía que nos ayuda a situarnos ante los extremos de barbarie alcanzado en su larga trayectoria por el militar- fascismo. Queen el caso del cambio de nombre de esa calle de Madrid dedicada a la volntariosa y honesta maestra republicana nos sitúa ipsp facto etre el dilema de civilización o barbarie.

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