No votaré al PSOE, y tampoco a Podemos

Por Nacho Ezquerro

En esta partida, hay tres protagonistas. Sánchez, Iglesias y el votante. Pero los medios informativos, que hacen de la política un nuevo negocio de amarillismo, solo dirigen su atención a  las ocurrencias, caprichos, entresijos, mentiras y zanahorias de estos dos trileros de la política. Aunque,  en verdad, son cinco los vendedores de humo que día a día, protagonizan nuestros informativos para decir muchas veces ambigüedades, ocurrencias, delirios personales, venganzas y despechos, algunos complejos sin resolver  y además  globos sonda, que pretenden dirigir la mirada del votante hacia los defectos ajenos, en lugar de  las miserias propias. Tiene su lógica, pero los hemos votado para que mejoren la democracia y la vida de todos los ciudadanos, y no para que la utilicen para mejorar sobretodo sus propias vidas y la de sus partidos. Corporativismo político.

Cada uno de ellos, tiene una sentencia pública que le persigue. Porque todos ellos, son presos de sus propias palabras. Al manifestar ocurrencias, bajo la presión mediática, con lo que dijeron ayer,  se desdicen hoy. Del «no es no» de Sánchez, «tomar el cielo por asalto» de Iglesias, los estudios del Señor Casado y su facilidad para aprobar, la maquillada propuesta renovadora  de Rivera, y el sueldazo de Abascal, viviendo del cuento y reclamando eficacia del estado.. Digamos que los elementos más  destacables de sus  prontuarios  políticos, dejan mucho que desear en la mayoría de los casos. Si a eso sumamos, la docilidad manifiesta de sus aforados compañeros, caemos en la cuenta de que el país, está en manos de cinco niñatos caprichosos y mal criados, faltos de experiencia vital, y desconocedores de  la problemática real de muchos españoles;  mal contratados, malpagados, mal servidos por la justicia y expuestos a las trampas financieras de los bancos. Esos bancos que, algún político, ascendido a los altares de la Comunidad Europea, dijo en su momento que no supondrían ningún costo a los fondos públicos. 40.000 millones. Pero como el dinero público no es de nadie, y ellos lo manejan a su antojo. Pelillos a la mar.

Ya nos gustaría a los votantes, enorgullecernos del carisma o de la convicción ideológica, o bien de la entrega pública. Si, también de la responsabilidad cívica, de la lucha en contra de la injusticia social, del compromiso adquirido y el dejarse la piel para demostrar que lo que dijo en campaña, lo cumplirían una vez llegados al poder.
Pero no, eso tampoco.

No, la lucha política de estos señores, ya no pasa por desaforarse, por lograr un trabajo mejor para los españoles, por una universidad pública accesible, por un recuperar el dinero de la banca, por salvaguardar la sanidad y los fondos públicos, por denunciar la temporalidad en el trabajo, por la dignidad salarial de todos los españoles. El teatro político de estos cinco jóvenes de manos tiernas y cartera de diputado, se resumen en la descalificación, cordones sanitarios, y en crear miedos, cada uno de ellos en ambos sentidos. La democracia al servicio de generar miedo en los votantes. La democracia, para que a costa de la amenaza del miedo, algunos hagan teatro político.

Ni Franco, ni la Ley Mordaza, ni derogar la Ley de trabajo. Eran todas zanahorias, para que esa burrada, -los votantes- en la que me incluyo, los columpiara al olimpo parlamentario. El cielo sigue donde está, y el chalet de la sierra también. De los partidos del ala derecha, no me ocuparé, porque de eso entiendo que deberían preocuparse sus votantes, que observan los pingües negocios que  se montan sus elegidos mientras ejercen la función pública (Gürtel, Granados,  López, Cifuentes, Valencia y una larga lista, están en la calle). Pero tranquilos, la mayoría de ellos, apenas pisarán la cárcel, porque, entre algunos amigos en la  judicatura y los bufetes, (Ahí tenemos a Ana Botella), para cuando la UCO denuncie algo, esos pecados ya abran prescripto. Está última palabra invita a hablar de la justicia española, pero como solo existe para cuatro incautos,  tampoco vamos a darle mucha atención.

Derecho a penalizar la ineficacia y dejación en política

Por ello,  no votaré a ninguno de estos dos partidos de izquierda y tampoco a aquellos que hagan coalición con ellos. El votante debe tener derecho a penalizar la ineficacia y la falta de responsabilidad cívica de sus elegidos, Sánchez e Iglesias. Un trabajador es despedido a los tres meses o antes, por un salario basura cuando no se sabe desempeñar en su trabajo. Un político,  pide que lo voten nuevamente. ¿Acaso nos toman por idiotas?  Me da lo mismo que se tiren los trastos en la cabeza y que ambos aduzcan que la culpa  la tiene el otro. Decisión salomónica, no votaré a ninguno de los dos.

Hemos, -los votantes-,  sobrevivido a tragarnos  el GAL del Señor X,  la arrogancia y las armas iraquíes de Aznar, a los brotes verdes de Zapatero, y a la abulia e inoperancia de Rajoy. Podrémos superar lo que venga. No nos desesperan las amenazas  ni los cordones sanitarios, ni los miedos que venden de derecha e izquierda. Lo que me desespera y me produce decepción, es observar la capacidad que tiene el poder, de cambiar a las personas. Sánchez ya no es aquel del «no es no» ni el de la rebelión, y tampoco Iglesias es aquel del «tomar el cielo por asalto». Ambos se han podrido de poder, ambos manifiestan egoísmo disimulado con unas gotas de patriotismo, ambos se preocupan más de salvar su trasero, que del principio de responsabilidad cívica o social.

Sánchez e Iglesias, representan cómo el poder, aforamiento, privilegios, economía  resuelta, casa resuelta, futuro asegurado, arrogancia, calan en la personalidad de algunos. Y se olvidan de aquellos que, ahorcados por la economía, amenazados por desahucios, bajo presión de la ley laboral, perseguidos por la banca, supusieron en un momento que votar izquierda era convertir algunos problemas en posibles soluciones. Era recuperar la dignidad. Pero no.

Por eso no votaré a estos partidos, PSOE y Podemos, que se dicen de izquierda, pero carecen de responsabilidad pública y sentimiento de lucha  para resolver la negociación de la investidura. Al menos en cuatro años.

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